Domina el dogma eclesiástico, el pensamiento filosófico escolástico.
Se puede afirmar que los dos personajes más significativos de este período filosófico, que transcurre aproximadamente desde el siglo V. hasta el siglo XVII, son San Agustín de Hipona (354-430), y Santo Tomás de Aquino (1224/25-1274).
Para San Agustín, el mundo se creó de la nada, por un acto de la voluntad libre de Dios, una creación a partir de nada previo, ni tiempo ni espacio; y por ser la creación un acto de la actividad divina, participa del bien que le es propio a la divinidad.
Para explicar la creación Agustín utiliza los conceptos de materia y forma, proponiendo que tanto la materia como la forma tuvieron que ser creadas a la vez, formando una masa confusa y nebulosa, en la cual se hallaban los gérmenes de la realidad que conocemos, que con el transcurso del tiempo y el cambio lograron desarrollarse.
Esta teoría de las razones seminales es sostenida tanto por San Agustín como por sus seguidores, a partir de la cual todo aquello que cambia, incluyendo al hombre, ya estaban creados de un modo potencial, que se dan en el tiempo, de acuerdo al plan divino, que proporcionará las condiciones y factores externos necesarios para que su capacidad de desarrollo se concrete.
La teoría de San Agustín tiene un evidente carácter evolucionista, pero en realidad, esta explicación fue un intento de salvar la contradicción que significaba que un Ser inmutable y eterno pudiera actuar para crear el universo.
El plan divino está ya concebido desde siempre y es inmutable como su Creador.
Posee el potencial de desarrollo y cambio, a la espera de las condiciones propicias que permiten su transformación en forma corpórea, según un orden de división en géneros y especies.
Desplegados en el tiempo, por ser de origen divino se desarrollan de acuerdo a las leyes del orden, la proporción y la armonía.
Un Cuento para Pensar
Aunque sus vidas no transcurrieron al mismo tiempo, sino que estuvieron separados por muchos siglos, lograron reunirse dos grandes pensadores mucho más allá del fin del mundo, del otro lado del Universo, donde no existe ni el espacio ni el tiempo.
Es donde a veces algunas almas privilegiadas se encuentran y pueden expresar sus pensamientos sobre las cosas de este mundo, antes de ingresar al Paraíso.
San Agustín y Santo Tomás fueron en esta oportunidad esas dos almas, que durante la Edad Media intentaron explicar por medio de la razón algunos enigmas de la Biblia, dejando por supuesto, sólo a Dios mismo inmerso en el misterio.
A San Agustín le preocupaba el mal en la tierra y no podía creer que tuviera existencia propia como el Bien, al igual que Platón, que pensaba que la creación de Dios es sólo buena y el mal se debe sólo a la ignorancia o desobediencia de los hombres que pretenden ser dioses.
Santo Tomás en cambio, siguiendo a Aristóteles, creó la síntesis entre la fe y el saber, señalando los dos caminos que conducen a Dios, el de la fe y la revelación y el de la razón y las observaciones hechas con los sentidos, casi lo mismo que opina hoy en día la ciencia.
Ahora que estaban a punto de entrar en la gloria, que por su perfección no admite dudas ni cavilaciones, quisieron compartir los puntos de vistas que los desvelaron en vida, para comprobar su inteligencia y la sabiduría de los hombres en la Tierra.
Por fin, a la luz de la proximidad del Altísimo, pudieron darse cuenta que la Verdad era mucho más clara y sencilla y que todas las cosas se ven mejor tomando distancia y desde arriba.
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