Hatshepsut ... la reina faraón
Hatshepsut fue hija del faraón Tutmosis I, gran guerrero y constructor XVIII dinastía.
Este tuvo dos varones y dos mujeres con Ahmose (esposa principal, aunque no llego
a llevar el título de esposa real seguramente por que alguna de sus hermanas mayores aún vivía), de los cuales sólo llego a edad adulta Hatshepsut, por lo tanto su sucesor fue su hijo Tutmosis II ( hijo de una segunda esposa del faraón), que se casó con su hermanastra Hatshepsut ( hija de Ahmose), ya que aunque los hombres eran los que alcazaban el trono debían consolidar su poder casandose con alguna mujer de procedencia real ya que su sangre era la portadora de la estirpe de Horus, las uniones entre miembros de la familia real venían condicionadas por la sucesión.
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Tutmosis II era débil y tenía mala salud y reinó brevemente.
A su muerte en 1475 a.C. dejó como heredero a Tutmosis III, hijo de otra esposa, Mutnefer, y al mismo tiempo sobrino e hijastro de Hatshepsut. Con Hatshepsut tuvo una hija, Neferura que también murió joven.
Tutmosis III era demasiado joven para gobernar y Hatshepsut asumió la regencia, ya que tenía preparación para ello: sabía leer y escribir y había sido educada junto a sus hermanos varones.
Hatshepsut fue consolidando su poder, se ganó el apoyo de los sacerdotes de Amón, desarticuló algunas conjuras contra ella y al llegar Tutmosis III a la mayoría de edad no
le cedió el trono y siguió reinando como un auténtico faraón.
Para acallar las protestas de quienes se negaban a ser gobernados por una mujer,
los sacerdotes inventaron un mito según el cual Hatshepsut había sido engendrada
por el mismísimo Amón, el cual, habiendo adoptado la figura de Tutmosis I,
tuvo relaciones con la esposa de éste con el fin de darle una hija que gobernaría Egipto.
Además Hatshepsut se disfrazó de hombre e hizo que se la representara
en las esculturas con atavíos masculinos, barba incluida,
e incluso hay historiadores que afirman que se corono como faraón, utilizando
su “disfraz” de hombre.
Se mantuvo más de veinte años en el poder, durante los cuales su país
gozó de relativa tranquilidad y prosperidad.
Sometió a los rebeldes nubios y envió una expedición al sur
en busca de especias.
Su muerte es un misterio. No se sabe cómo y cuando murió, aunque debió ser hacia 1458 a.C. Hay una teoría según la cual Tutmosis III, cansado de que su tía y madrastra ocupara su lugar, conspiró contra ella, la asesinó y ordenó borrar todo rastro del hecho vergonzoso de que una mujer hubiera ocupado el trono de Egipto.
Lo cierto es que Hatshepsut desapareció repentinamente de la historia.
Su nombre fue borrado de muchos grabados, aunque dejó uno de las mejores templos que hay en egipto, que fue construido por su fiel seguidor Senmut,
con el cual se decía que mantenía una relación.... muy especial.
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Cuenta la leyenda que la mañana se levantaba suave.
La tenue luz del sol que abrasaba la arena y las vías centrales de Tebas,
bañaba el dormitorio real con la reverencia de un subordinado.
A los pies de la cama escondida tras blancas cortinas de fino lino, un vestido
se deslizaba serpenteando el borde de la alcoba.
Tras las finas cortinas de lino la silueta de Hatshepsut se desperezaba .
El matinal ritual del baño, el masaje con ungüentos y perfumes estaba preparado
en la sala anexa al principal dormitorio.
La peluquera real se abrió paso entre las demás sirvientas que esperaban
a la reina-faraón para darle la bienvenida a un nuevo día como a un dios,
como lo que realmente representaba como faraón y descendiente de Amón.
Rodeada de aromas capaces de embriagar al más hediondo de los animales,
Hatshepsut pensaba en las palabras que Senenmut, ministro de su máxima confianza,
le había recitado la noche anterior.
Algo maravilloso vería aquella mañana en la orilla oeste de la ciudad.
Allí se levantaba la principal obra ordenada por la soberana, un templo dedicado a Amón, su padre divino, y a Tutmosis I, su padre terrenal.
Como todo faraón, Hatshepsut había ordenado levantar diversos templos
que asegurasen una morada para los dioses por todo el Alto y Bajo Egipto,
pero ninguno se parecería a Dayr al-Bahari.
Tras el aseo rutinario, la sesión de peluquería y también la de maquillaje,
la reina atravesaba su corte seguida por sus damas que cuidaban el largo y casi transparente vestido que Hatshepsut había elegido para aquel día.
En medio del patio central de palacio, Senenmut aguardaba a la reina con la que
muchos comentaban que el ministro tenía una relación más íntima que profesional.
La verdad era que la reina había posado el cuidado y protección de su única hija,
Neferure, en aquel ministro que gozaba de múltiples privilegios permitidos por la soberana.
Aquella mañana, ser el acompañante oficial de Hatshepsut era uno de aquellos favoritismos por el ministro.
Coartados por las compostura que debían tomar ante el pueblo, Senenmut y Hatshepsut tan sólo se cruzaban miradas que se colaban en el descanso de algún vigía de la figura real. Al fin y al cabo, el destino estaba cerca y una vez dentro del templo, serían libres para dar libertad a sus sentimientos.
Los olores de flores y arbustos de todas las especies, y el romper del agua sobre alguna dura superficie indicaban que ya estaba cerca de su destino, el paraíso construido para albergar el ka de la reina-faraón se encontraba a tan sólo unos metros de ellos.
Dicen que los ojos de Hatshepsut brillaron como el sol cuando vieron la maravilla
que su ministro había dirigido para ella.
En la estéril tierra que ahora se extiende frente al templo de Dayr al-Bahari,
una amplia avenida de árboles daba paso a la entrada principal del santuario.
A su paso y a una de los lados, el gran estanque del templo albergaba barcas que desprendían el dulce olor del incienso, las mismas barcas que se utilizarían después
para los rituales guiados por la reina bajo su papel de faraón.
Ella había sido la que había dibujado el relieve de aquel templo,
pero no podía imaginarse el paraíso terrenal que su ministro había diseñado para ella.
Inmersa en una atmósfera celestial, la pareja atravesó el jardín y accedió al interior del templo donde Hatshepsut se pudo ver representada en las paredes como máxime heredera del trono del Alto y Bajo Egipto.
Allí estaba, junto con el joven Tutmosis III, adorando a sus antepasados, su abuelo Tutmosis I y su padre Tutmosis II, y también a su madre, la reina Amosis.
Senenmet, como maestro de obras había cuidado todos los detalles del linaje de su reina
a la que en la terraza superior había mandado representar como Osiris, atravesando el umbral de la muerte y convirtiéndose en sol.
Aquel templo recogía todos los episodios de gran relevancia que se habían sucedido
en la vida de la reina egipcia.
Enamorada de aquella morada, Hatshepsut decidió pasar aquel día en su templo,
en su paraíso y acompañada únicamente por un pequeño séquito que garantizara todos los placeres necesarios, y por su ministro Senenmet.
Aquel regalo merecía una gran recompensa antes de que los rituales convirtieran aquel escenario en algo sagrado y de obligatorio respeto.
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Dayr al-Bahari es conocido como el templo sagrado de los sagrados, el espléndido de los espléndidos, un lugar donde la vida, la importancia y el papel que representó una reina-faraón que estuvo por años condenada al olvido por ser mujer.
Sin embargo, aquel templo fue tan importante para la sociedad del Antiguo Egipto, que muchos fueron los enfermos que residieron en el interior del templo para buscar su cura y la paz que supo dirigir en Egipto Hatshepsut, la reina-faraón.
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