Parece que al final nuestra esperanza de ver a 2007WD5 impactar contra la superficie
de Marte se disipa, y aunque sólo sea por unos 26,000 km el asteroide pasará de largo.
Según las estimaciones actuales de su trayectoria, no hay tampoco riesgo de colisión
con Marte o con la Tierra en el próximo siglo, lo que nos da un colchón de seguridad
(al menos en lo que a este asteroide respecta) para hipotetizar un poco,
y plantearnos que habría pasado si este asteroide hubiera llevado rumbo de colisión
no con Marte, sino con la Tierra.
Indudablemente, hay poco que hubiéramos podido hacer al respecto ,
ya que en el momento carecemos de protección efectiva contra asteroides.
Se han propuesto diferentes estrategias al respecto
(véase un informe reciente de la NASA [pdf, 771KB]),
ya sea para destruir un posible objeto en trayectoria de impacto, o para desviar su curso, pero por el momento no se ha intentado poner en funcionamiento ningún sistema
de protección anti-asteroide, en parte por limitaciones tecnológicas,
y en parte por limitaciones prácticas.
Esto nos lleva a la siguiente cuestión:
¿merece la pena construir un escudo anti-asteroides
de estas características?
En principio parece que la respuesta obvia a la anterior cuestión es que sí,
y de hecho ésa sería la respuesta correcta si no hubiera otras variables en juego.
Sin embargo, estamos en un mundo de recursos limitados,
por lo que para determinar si merece la pena un sistema de protección
contra asteroides (o cometas) hay que realizar al menos una estimación de los costos
y beneficios de tal sistema,
y ponerlo a la par con otros riesgos existenciales a los que la Tierra
o la Humanidad está sujeta (enfermedades, cambios climáticos, etc.).
Aunque una estimación de estas características pueda parecer extraña,
máxime si consideramos por ejemplo eventos de impacto con alto riesgo
(o incluso seguridad) de extinción total,
hay que partir de la base que dichos eventos son de naturaleza estocástica,
y que cuanto mayor es el riesgo del impacto, menor es su probabilidad.
Pudiera ser entonces que la prevención de un riesgo fatal pero improbable consumiera recursos necesarios para la prevención de otros riesgos menos serios,
pero mucho más probables.
Un análisis de estas características ha sido realizado por Jason G. Matheny,
un estudiante doctoral del Departmento de Salud Pública y Gestión
de la Johns Hopkins University, en un trabajo titulado
Reducing the Risk of Human Extinction
Supongamos además que ese sistema de protección tiene una eficacia
pe=0.5 (i.e., con una probabilidad del 50%
destruiría o desviaría un objeto en rumbo de colisión con la Tierra)
y una vida de un siglo.
Una circunstancia muy importante que no puede ser obviada aquí hace referencia
a que si efectivamente el sistema tiene éxito y evita una colisión con riesgo de extinción,
no sólo se salvan las vidas de los habitantes actuales de la Tierra en ese momento,
sino también las de todos sus descendientes futuros.
Necesitamos entonces una estimación del patrón de crecimiento de la población.
Por simplicidad puede suponerse que la población terrestre se estabilizará
en unos P=1010 habitantes, y que perdurará en el tiempo T=1-2 millones de años
(Matheny considera 1.6 millones, que fue lo que sobrevivió el homo erectus).
Estaríamos hablando entonces de PT=1.6·1016 años-vida.
Si consideramos la posibilidad de un impacto durante este siglo,
en el caso de un objeto de 10 km (capaz de causar la extinción de la humanidad),
rondaría pa=10-6.
Por lo tanto, la esperanza del número de años-vida que se podrían
salvar es PTpape=8·109 años-vida.
No disponer de un escudo anti-asteroides es jugar a la ruleta rusa,
pero también lo son las diferentes enfermedades que cada año acaban con casi el 1%
de la población mundial, y para estas últimas el tambor tiene muchos menos huecos.
Quizás haya que buscar soluciones de compromiso e invertir en la detección
temprana de objetos susceptibles de presentar riesgo de impacto,
maximizando de esta manera el tiempo de reacción.
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