lunes, 19 de octubre de 2009

Aquel relato inédito...


En quince días, dos y medio de ellos incrustado en el ala psiquiátrica de un Hospital , te da tiempo a hacer muchas cosas, aunque parezca lo contrario.

Una de ellas es leer, y otra es escribir.

Eran cerca de las seis de la mañana cuando sonó el móvil.
Lo aferré casi automáticamente mientras me acababa
el último sorbo de un café corto y apagaba la radio.

- ¿Gustavo?.
- Si…

- …Tienes que venir al campamento,
hay algo que me gustaría que vieras, te iba a llamar anoche,
pero he preferido llamarte ahora…
- Está bien, en treinta minutos estoy ahí…

Quien llamaba era mi colega y socio de investigación, Felipe.

Felipe y yo llevábamos ocho meses trabajando en el yacimiento de Oruro
en Bolivia.

Lo que fue un descubrimiento casual de un posible Thecodontosaurus,
un herbívoro de más de 200 millones de años, único en la península,
resultó ser todo un hallazgo de dimensiones mundiales.

La zona, de casi dos hectáreas cuadradas, debió ser en la época,
finales del triásico, un autentico lodazal, donde muchos dinosaurios quedaban atrapados y se convertían en carnaza de otros,
y ello había hecho posible que el estado de conservación de los huesos
fuese excelente, incluso habíamos recuperado un par de milímetros de piel.

Algo inaudito.

Teníamos un presupuesto interesante,
que parecía que se iba a incrementar en breve,
un equipo a nuestra disposición de más de cien personas,
entre investigadores y voluntarios y muchas ganas de trabajar.

La llamada de Felipe solo podía significar otro hallazgo excepcional,
sin duda.

En el último mes y medio localizamos varias simas y cotas,
interesantes restos, procedentes de diversas etapas,
con varios millones de años entre si, con ejemplares de dinosaurios
únicoscasi en el mundo.

Investigadores y Universidades de todo el planeta
seguían nuestros avances con sumo interés.

Estacioné mi viejo Jeep junto a un carrito que utilizamos para trasladar materiales.
Aunque era temprano y los voluntarios no comenzaban a llegar
y a trabajar hasta las siete y media de la mañana,
(una manera para nosotros de evitar el agobiante calor extremeño trabajando desde temprano),
me di cuenta que ya había personal en las diferentes catas que realizamos.

En silencio. Entre murmullos.
Unos tomaban mediciones mientras que había compañeros
que tomaban fotografías de los restos que iban saliendo a la luz.

No me costó encontrar a Felipe, junto a una pequeña sima que habíamos bautizado como AR-10.
Estaba de pie, con gesto serio,
junto a una lona azul que ocultaba los restos de lo que habían
sido dos Deinonychus de aproximadamente dos metros de alto,
unos peligrosos carnívoros, autenticas maquinas de matar que vivieron
en el Cretácico, hará unos 115 millones de años,
y de los que, hasta ahora, solo había restos en EEUU.

- ¿Qué tenemos Felipe?.

- Lo descubrieron ayer unos voluntarios mientras limpiaban…
Por supuesto ellos no saben que es lo que es,
pero fue tomar las primeras muestras
y…Bueno, esto es desconcertante,
prefiero que lo veas y te voy contando sobre la marcha…

Felipe, con gesto indeciso, retiro la loma que cubría la sima,
y permaneció en silencio.

Delante de mí tenía los restos de los dos dinosaurios,
fácilmente identificables, con su terrible e identificable garra,
la forma de su cabeza agujereada, amplias cuencas oculares y robustas patas.

En un principio no noté nada extraño
en todo aquel compendio de restos, pero de repente hubo algo
que me llamó mucho la atención.

Entre lo que en su día había sido carne,
noté pequeñas bolas herrumbrosas, algunas minúsculas,
otras del tamaño de un supositorio.

Inquieto y curioso me agaché.
Algunas de esas bolas parecían haberse incrustado en diferentes
partes del cuerpo, incluso haber quebrado en su día los fuertes huesos
de los dos dinosaurios que parecían contraerse en una letal
y agónica posición, extraña.

Conté, de un primer vistazo,
cerca de cuarenta de aquellas extrañas y herrumbrosas bolas,
consumidas por el paso de millones y millones de años.

- Hay muchas más repartidas por toda la sima,
muchas incrustadas en la tierra…

- Si, es curioso... Musité incorporándome, pero…

¿Qué son?,

pregunté a un confuso Felipe que me miraba fijamente.

- Balas, murmuró…
Son balas de sub-fusil,
con varios millones de años.

Y me quedé mirándolo, atónito,
mientras un escalofrío recorría mi medula espinal
y todo el vello del cuerpo se me erizaba…

(basado en el relato deduncandegross)

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