Se le cayó el último diente.
Lo colocó cuidadosamente bajo la almohada haciendo
un huequecito con el puño, a modo de nido,
como le habían enseñado sus padres tiempo atrás.
Al amanecer, varias monedas resplandecían sobre la sábana.
Durante la siguiente noche no pudo pegar ojo pensando
en lo que haría con el dinero.
Entusiasmado, se levantó bien entrada la madrugada,
cuando todos dormían.
Por la mañana varios fajos de billetes descansaban
en la cabecera de la cama.
Nunca más se supo de él.
Aquel día desaparecieron las dentaduras de oro,
y desde entonces,
una plaga de ratones asola el geriátrico.

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