El Vaticano decidió que el limbo dejaba de existir y los ángeles lo desalojaron
con lenguas de fuego.
Varios niños lograron colarse en el cielo y acamparon sobre las nubes.
Cuando Él murió,
San Pedro giró la llave para dejarle pasar,
pero las puertas del Paraíso no se abrieron.
Los pequeños habían llamado a un cerrajero.
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