Bienvenidos al teatro de la desesperanza donde no todo es lo que parece ser.
Entren, tomen asiento.
Respiren hondo y prepárense para el espectáculo.
Verán la performance de la tragedia.
Experimentarán la kátharsis.
Hay un puñal esperando en esa encrucijada.
Siempre lo supimos.
Y aún así tomamos el camino, recibimos la puñalada.
Somos masoquistas.
Pontificamos la herida, la beatificamos como si de una diosa griega se tratara.
Es la primera llamada, los mimos están desnudos, su vestuario es el vacío.
El único atrezzo posible si queremos desnudarnos de la piel.
Es la segunda llamada, Decroux observa desde el palco,
recuerda a sus mimos el arte dramático del movimiento.
Se encienden las luces.
El escenario se ilumina.
Esta es la tercera y última llamada.
Los humores de la masa son una nube densa que los consume.
Los asistentes se relamen.
Vibran sus carnes mientras llora la Colombina arrancando sonrisas amargas manchadas de rojo.
Les parece que hay algo de palabras antiguas diluyéndose en mis metáforas, algo de tragedia griega chasqueando en mi lengua.
Pues les parece bien.
Esa, la tristeza elevada a arte.
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