Hitler se acercó lentamente a Nerón que flotaba sin preocupación en la superficie del charco.
Aunque su cuerpo transparente se confundía con el agua turbia y putrefacta, la membrana celular de Hitler ya había captado sus pequeñas vibraciones así que cuando estuvo cerca sus pseudópodos le rodearon hasta fagocitarlo sin piedad, como hacen habitualmente las amebas.
Las toxinas de la muerte alarmaron a Mussolini que luchaba tenazmente en el interior de un zapato en descomposición por alejarse de Stalin que batiendo sus infinitos cilios se acercaba inexorablemente a él.
En tanto, en el fondo del charco tapizado de estiércol, Calígula y Atila se despedazaban entre sí dispersando los restos de sus órganos intracelulares por todas partes.
Hitler se detuvo por un momento mientras su citoplasma terminaba de digerir a Nerón.
Desde arriba las hojas de los árboles caían tapizando la superficie con un manto que ocultaba la luz moribunda del sol.
Quizás por eso intuyó que era Otoño.
Avanzó lentamente hasta un delgado rayo de luz que se introducía en la profundidad y dejó por un momento que su calor le abrazara.
Y en eso estaba cuando sintió que en su interior Nerón revivía y se apoderaba de toda su maquinaria celular hasta hacerlo estallar.
Bajo el resplandor de la luna, un mosquito se posó brevemente en la superficie del charco para luego remontar su vuelo en busca del calor de los humanos.
En su interior, Nerón satisfecho esperaba triunfante volver a quemar la ciudad.
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