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Podía haber guardado sus borradores en un cajón con leve olor a naftalina,
para más adelante, con el corazón enternecido y el alma serenada,
retomar la trama.
U optar por anular algunos capítulos indefinidos con cuadriforme
goma o un simple dellette.
El no, no era hombre de medias tintas y sintió que aquella historia tiempo
ya se le había atravesado, así que,
entre sus enormes manos, estrujó el guión y sin esmeros ni pesar lo lanzó
a la imaginaria papelera…
Y allí, en silencio quedó,
la que de haber perseverado,
hubiese sido la obra cumbre de su vida.
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