sábado, 26 de noviembre de 2011

Aquellos anzuelos...


Era un escritor de silencios, cuyos cuentos, sensibles y llenos de belleza, 
colmaban de placer a quien los leía. 

Lo que nadie entendía era por qué escribía aquellos textos confusos e indescifrables que guardaba como preciosidades en el cajón del escritorio. 

Los amigos jugueteaban preguntando si no sería una forma de limpiar la mente, como una meditación gráfica. 

Los papeles estaban llenos de interrogaciones 
y señales matemáticas que escribía deprisa, 
como en trance, a cualquier hora y lugar. 

Sólo él sabía que, durante las noches insomnes, 
de allí venía la inspiración para las historias que narraba. 

Aquellas señales eran como anzuelos que pescaban 
toda la magia de su alma singular.

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