Era uno, y era dos, y a veces era tres personas.
Pero siempre la misma, el mismo cuerpo, el mismo gesto.
La misma mirada.
Era tres, y era dos, y a veces era uno, sin nunca decidirse por nada,
jugarse por nadie,
conocer nada, sabor a nadie.
Siendo, simplemente, él. Sea quien sea, sabiendo, quizá,
muchas cosas, ignorando,
tal vez, muchas otras.
Pero nunca lo podremos saber, porque de su boca, nunca,
ni una palabra, supimos escuchar.
Era uno, y era dos, y a veces, era tres.
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