La tuve frente a mí, tendí la mano
y le rocé la piel de la mejilla,
olía a cargamento de vainilla
y a lluvia de verano;
pensar que aquel humano
brotó del interior de mi costilla,
novísima y sencilla,
lo mismo que un milagro cotidiano.
“Tú debes ser Adán -me dijo ella-
regálame una estrella
donde escribir el resto de la historia”;
después, beso por beso,
espalda, cuello, vientre, boca, hueso,
nos fuimos aprendiendo de memoria.
Soneto incluido en el libro Oceanari
