La miraba a través de la ventana
con los ojos voraces del deseo
(Julieta desvestida ante Romeo),
mañana, tras mañana, tras mañana;
rehén de su mirada cotidiana,
jugaba a imaginar el serpenteo
del hilo de su piel, como un trofeo
de fina porcelana.
Conocía de sobra su destreza
de arder en la penumbra de la pieza,
como una sombra muda;
altiva, diluvial, incandescente,
la muchacha de enfrente,
la que ciega a sus ojos, se desnuda.
Incluido en el libro De diluvios y andenes.
