Los ángeles existen; doy fe de ello y en mi caso he tenido la suerte
de que tomaran siempre formas femeninas.
Debo confesar que antes que aparecieran sorpresivamente en mi vida no tenía mucho conocimiento acerca de sus gentiles andanzas, salvo lo que refieren ciertas páginas de cuento o el “murmuraje” de algunas charlas domingueras.
Lo cierto es que los ángeles existen y en su condición de tales poseen
una extraña virtud (si virtud es el término adecuado), el día menos pensado, zas, desaparecen, de la misma manera y con la misma imprevisibilidad
con la que alguna vez decidieron manifestar su existencia.
Mi primer ángel se llamó (o se llama, porque supongo que seguirá ejerciendo
su actividad celeste) Luz (también, con ese nombre) y estuvo junto a mí casi
un año, en el cual, de la nada, decidió mágicamente desaparecer.
Mi segundo ángel se llamó Milagros (casi otro nombre paradigmático),
y también, sin que yo lo hubiese imaginado nunca, y así como vino imprevistamente, imprevistamente también se esfumó en el aire.
Mi tercer ángel se llamó, Esperanza..., ella... ejerció conmigo el oficio
de volverse transparente.
Mi cuarto ángel se llama ELLA y espero que nunca desaparezca.
Apenas Penas