jueves, 14 de febrero de 2013

Aquel segundo eterno...


Los cinco primeros segundos los generó el baile de las perchas colgadas en el armario. 
Con los pies fuera de la cama, la sexta réplica del terremoto llegó sostenida por la convicción
 de que la eternidad dura 170 segundos.
 Mientras, miro con asombro como si de las sacudidas de unas maracas se tratara, 
de qué modo las paredes, el techo, la lámpara y la mesilla se blandían cual navaja en la mano
 de un atracador
 Después de salir del asombro y comprobar que todo permanecía en su sitio,
 repasé los desperfectos del resto de la casa y de la calle que aparecía entre las ventanas rotas, encendí la radio que dio el quedo de inmediato. 
Y de repente, la perennidad aplastó el número incierto y flotante de personas que fallecieron
y otro tantos  de cientos desaparecidos, los edificios que se vinieron abajo, 
los puentes que se rompieron. 
En el mismo tiempo, recibo con resignación la cicatería del espacio duro sin principio 
y fin ante el reflejo de la tristeza en los escasos segundos en el que el suelo tembló.