
En la penúltima visita improvisamos una cena ligera y rápida porque aquella noche el horno calentó
pero se apagaba aleatoriamente.
Observaste el sobrecalentamiento del aparato, intentando averiguar si la causa del caldeo del dispositivo
era debido al bloqueo de la rejilla de ventilación o bien por un fallo del circuito del controlador o tal recalentamiento era provocado por el magnetrón defectuoso.
Y mientras, veía como te movías, pensabas y hablabas en voz alta con preguntas
y respuestas que tú mismo contestabas.
Esta tarde, en la que el microondas ha dejado de funcionar, pensé escribir estas palabras que a lo sumo sujetan minúsculas garantías que afianzan lo estipulado por mi mente.
Hoy, en el tiempo que ni la médula ni el desmañado frenesí merodea por la cocina, ha desvelado algunas
de los papeles que tenía dormidos.
Palabras de pasión, de predilección escogida con las que arropar el mimo.
Si bien, este recuerdo de siesta corta de otoño, donde la alusión no subsana el contrapeso resarciendo el daño que se siente al perder alguien querido, no adquiere el aliento necesario que ayer empleé para encomiar sones comparados al eco que producían mis manos al acariciarte.
El microondas esta tarde, inutilizando ciertas tachaduras de las bandas de radiofrecuencia
dejando de rotar las moléculas que producían tu calor.