sábado, 20 de abril de 2013

El Maestro Punto... perdido en Buenos Aires.


El Maestro Punto se especializa en el conocimiento de la nada, lo que no es igual a no especializarse en nada pero para los fines prácticos resulta más o menos lo mismo.

La verdad es que le cuesta llegar a fin de mes. En el fondo, nadie le cree nada.

Hay quienes afirman que para poder llamarse Maestro tendría que tener por lo menos un discípulo.

Y todos saben que no lo tiene.

Su enseñanza es tan abstracta -tal vez por el simple hecho de ser inexistente- 
que no hay quien la reconozca como tal.

La gente común cree que en el fondo no enseña nada.
 Lo cual es por un lado cierto y por otro tal vez no.
¿Quién sabe?

-Bueno, nada-, dice el Maestro Punto y extiende su mano, con la esperanza de que alguien le deje unos pesos y/o un alimento que le permita seguir explorando el vacío un día más.

A veces, si la suerte lo acompaña, se le acerca una niña, le deja una moneda y vuelve corriendo 
a su madre, contenta como si le hubiera dado una galletita a un mono.

-Peor es nada-, piensa El Maestro Punto, un poco cansado de tanta nadidad. 
No lo dice en voz alta para no perder la poca credibilidad que tiene,
 para que no le pase como a Lanata.

-Nada por aquí, nada por allá-, grita, cuando recupera el entusiasmo.

Y así pasan los días del Maestro Punto.

La leyenda cuenta que una noche lo escucharon hablar en sueños.
 Repetía un nombre: "Nadia, Nadia...".

Los que dicen conocer su pasado, aseguran que antes de convertirse en el Maestro Punto, 
era un modesto empleado municipal cuya mayor alegría era mirar fútbol por T.V. 
junto a su novia, una hermosa señorita nacida en Longchamps.

Lamentablemente para él, la chica descubrió que tenía condiciones para ser botinera 
y un jueves de agosto lo abandonó sin decir nada.