“El ritmo de la vida se está acelerando”.
No es precisamente ésta una afirmación que nos sorprenda.
Aunque a veces no seamos conscientes de ello, los cambios se están produciendo cada vez más rápidamente: las innovaciones tecnológicas se extienden por toda la sociedad en apenas unos años, en vez de en siglos; las operaciones de cálculo que nos habrían llevado décadas, se hacen ahora en cuestión de minutos; las comunicaciones que antes requerían de meses,
se producen ahora en segundos…
El desarrollo en casi todas las áreas se acelera cada vez más.
El síndrome de la aceleración se ha convertido en parte esencial de nuestras vidas y no hay síntomas de que las cosas vayan a mejorar.
Por el contrario, el ritmo de vida se acelera más y más, sumergiéndonos cada vez más profundamente en lo que Alvin Toffler denominó El ”shock” del futuro…
el demoledor estrés y la desorientación que sienten las personas cuando están sometidas
a demasiados cambios en un periodo de tiempo demasiado breve.
Y cuanto más rápido cambia el mundo a nuestro alrededor, más nos vemos forzados a abandonar cualquier noción tranquilizadora que podamos tener sobre cómo será el futuro.
Nadie en el mundo de hoy puede predecir con algún grado de certidumbre cómo serán las cosas de aquí a un año, incluso en tan sólo unos meses.
Vivir en una continua aceleración, con todo lo que ello conlleva, supone algo más que aprender a arreglárselas mejor.
Como veremos, debemos cambiar nuestra actitud hacia el tiempo mismo, lo que supondrá una revisión completa de nuestras ideas acerca de lo que somos, lo que realmente queremos y que sentido tiene nuestra vida.
¿Qué quiere decir que el ritmo de la vida se ha acelerado?
La explicación de por qué el ritmo de aparición de cambios tiende a acelerarse es muy simple. Cuantas más capacidades se crean, más transformaciones se generan pero mayor es la oportunidad de que se creen nuevas capacidades; el motor de este tipo de cambio es un fenómeno conocido en la teoría de sistemas dinámicos como “retroalimentación positiva”.