sábado, 17 de agosto de 2013

Baròn Orbis... un pequeño cuento


Un pequeño cuento de amor... ¿o de pasión demoníaca? 
Quizá las dos...

     La tormenta ocultaba la ciudad, mientras en el horizonte las descargas eléctricas rasgaban el aire. 

El complejo ojival de Las Industrias Orbis sobresalía a casi ochocientos metros sobre el nivel Beta de la ciudad, el nivel de losrastreros, como la negra silueta del tridente de Neptuno saliendo del mar.

Al comenzar el descenso, el rugido de los motores del ornitóptero dio paso al murmullo de la lluvia al resbalar por los cristales de las ventanas,
  —¡Hemos llegado a casa!— exclamó el Barón Vladimir Orbis.

—Bienvenido a casa señor— lo recibió el vice administrador Holeridge.
 Oh, y bienvenida también...

—El nombre de mi hermosa esposa es Natalia— dijo el barón con severidad.
 Ahora ella es tu señora, no lo olvides.

—Por supuesto que no señor— se disculpó Holeridge. 
Bienvenida también, Baronesa Natalia. Sus habitaciones están listas.

—¿Dónde demonios esta Dimitri?— rezongó el barón. 
Debería estar aquí para recibirme a mí y a mi esposa.

—Su hermano salió desde ayer señor; no hemos podido encontrarlo—
 explicó Holeridge a la vez que hacía una reverencia ante la capa roja que sin piedad ocultaba la silueta femenina.

Los tacones de las botas negras de la baronesa resonaron cuando paso
 frente a Holeridge sin siquiera mirarlo.

El barón cerró las grandes puertas de su aposento,
 mientras Natalia se posaba en todo su esplendor en la cama circular. 

Vladimir se despojó de sus botas, la capa púrpura y aflojó los broches de plata de su camisa blanca; estaba cansado por el viaje, pero más que nada por la frenética luna de miel que había tenido al lado de Natalia.

—¿Piensas dormir vestida?— dijo a su mujer mientras se sentaba en la cama.
—¿Dormir? ¿Estás loco?— dijo ella y lo jaló para besarlo.
 Es la primera noche en nuestra casa y te necesito.

—De acuerdo Natalia, pero sigues con el vestido puesto.
 ¿Porque no vas a ponerte cómoda mientras reviso unos documentos?—
 dijo el barón con intenciones de levantarse de la cama. 

Natalia lo miro directo a los ojos y él no pudo resistir esa mirada.
 Sintió de nuevo que su voluntad le pertenecía a ella, sintió su corazón latiendo de deseo. Sería capaz de complacerla en todo.

—¡Pues quítamelo!— dijo mientras lo atraía y colocaba los brazos del Barón
 sobre sus caderas.

—Pensé que había sido suficiente por hoy— dijo él, sonriendo, rendido. Subiéndole el vestido le acarició los blancos muslos, la beso en el cuello palpitante.
—Nunca es suficiente— jadeó Natalia con las pupilas dilatadas y brillantes. Pero el barón no las veía...

—¿Donde está mi hermano?
 Quiero disculparme con él por no haber podido recibirlo— 
dijo con tono aristocrático Dimitri Orbis.

—El señor no ha bajado, joven Dimitri— dijo con aspecto perturbado Holeridge. No quisimos molestarlo porque apenas acaba de llegar y su esposa,
 bueno, usted me entiende.

—Por supuesto, esperaré— se resignó Dimitri.

La orden de abrir las puertas de las habitaciones del barón Orbis fue dada por su hermano después de haber esperado hasta el siguiente medio día.
 Holeridge, acompañado por su escuadrón abrió la puerta y se topó con el cadáver ensangrentado del barón. Presentaba el aspecto de una bestia después de ser sacrificada. El olor ácido les producía escozor en las fosas nasales.

—¡Pero esto es imposible!— dijo Holeridge tapándose la nariz.
 Revisen todo, ¡encuentren a la baronesa!

El cuerpo de la baronesa fue encontrado en el cuarto de baño, la desnudez pálida estaba manchada de carmesí
. En las finas paredes estaba escrito con sangre: “Maldito seas”; “Yo lo amaba”.

Las personalidades que habían sido invitadas a la fiesta de gala del barón tuvieron que presentarse a su funeral. 

Todos pasaron a darle las condolencias a Dimitri Orbis.
—Lo siento mucho señor Dimitri— dijo tristemente Holeridge.
—Barón Orbis, por favor- dijo Dimitri. Sus ojos ardían como brasas.

Mas tarde esa noche el recién nombrado Barón Orbis se encontraba en sus habitaciones cuando un fuerte y sulfuroso olor inundó la estancia. 
Dimitri sintió regocijo al reconocer a su maldito visitante.

—¡Jaldabaoht!— Exclamó Dimitri sin poder evitar una mueca parecida a una sonrisa.

—Muy bien Dimitri, ahora tu alma me pertenece. 
Todo se llevo a cabo como lo pediste, me tomé la libertad de poseer a una deliciosa cortesana para acabar con Vladimir.

Te veré pronto— rugió el demonio, mientras sus carcajadas retumbaban en los oídos del Barón Dimitri; dueño y señor de las Industrias Orbis.