“La Humanidad ha muerto”, viajaba el mensaje, repitiéndose dentro de una burbuja que iba creciendo en el tiempo y en el espacio, luego de largos miles de años, pero la batería de la sonda ya hacía mucho tiempo que se había agotado y no pudo captar la señal.
Con suerte, el robot que había transmitido la noticia desde la base lunar aún seguía operativo. La sonda siguió viajando, ya fuera, mucho más allá de los confines del Sistema Solar.
Del lado opuesto al pequeño Sol que dejaba atrás se veía el brillo de una distante estrella, aunque más cercana que las demás.
La sonda vagaba en el frío espacio casi sin fricción.
Una nave solitaria que iba hacia alguna parte se la encontró a su paso. Sus tripulantes guiaron la sonda hacia el interior de su nave y la examinaron. Dos pequeños seres como aves, de azules plumas, la examinaron.
Sin duda eso era una antena, y todo eso otro parecía un rudimentario sistema de instrumentación.
Uno de los seres recorrió con saltitos la sonda, luego se posó, apuntando con el pico a un rectángulo dorado.
Su compañero llegó a su lado con un aleteo.
Ambos permanecieron largo rato observando el rectángulo dorado.
Sus cabezas fijas y ladeadas y sus patitas aferradas en torno a una varilla metálica de la sonda.
La nave siguió su curso por sí sola y llegó a la estación de suministros que se encontraba en las entrañas de un cometa.
Mientras los pequeños seres observaban la placa, la nave aterrizó
en la superficie gélida del cometa.
Unas puertas de hielo y roca se abrieron en el suelo y la nave descendió suavemente en una grande y bulliciosa plaza.
Las puertas de la nave de abrieron con un siseo y un autómata parecido a un ratón se les acercó.
“El Yter está disponible en este momento para realizar la transacción de provisiones”, comunicó el ratoncito.
El aire de la nave comenzó a llenarse con el delicado aroma de los manjares de mil mundos.
Los dos seres como aves apartaron lentamente su mirada de la placa y se miraron entre sí, como si nunca antes se hubiesen visto.
“Así éramos antes, ¿verdad?, antes de que nuestros dos valientes padres partiesen del que fue su hogar”, transmitió uno, y volvió su mirada hacia la placa, que mostraba a una mujer y a un hombre con la mano derecha alzada, saludando.
“Sí, así éramos”.