Los espectadores no dejaban de aplaudirla, la Venus de Willendorf estaba dando un gran espectáculo deballet clásico.
Si bien asombraba cómo a pesar de su rolliza figura, se sostenía una eternidad sobre la punta de sus pies o la perfecta postura de su cuerpo, lo realmente prodigioso eran sus gráciles movimientos
La mayoría de asistentes estaban emocionados hasta las lágrimas.
Un anciano en primera fila, no estaba seguro si lo que observaba era un sueño o una alucinación.
Muchos caballeros susurraban sobre la aplastante belleza física de la ejecutante.
Algunos la atribuían a su labrada piel ocre, que impensadamente se apreciaba suave, otros a la sensualidad inherente a sus curvas paleolíticas.
Algunas damas sentían celos al ver la expresión de sus parejas y una se decía a sí misma que habría que ver si la milenaria escultura también podía ser así de buena en la danza contemporánea, donde la rigidez no sería su aliada.
Llegó el turno del bailarín, Rudolf Ovinof, uno de los más dotados de la última década. Ingresó al escenario y estiró los brazos, los puso como si fuera a mecerla.
Lejos de rompérselos como habían temido los espectadores más pesimistas, le dio un elegante reposo.
Luego completó la coreografía a la perfección.
La elevó, con un tremendo esfuerzo que se reservó para él, por encima de su cabeza, dejándola en horizontal.
Después, la dejó de pie en el escenario teatral.
Observando extasiado su rostro, ya no pudo contenerse. Mientras bajaba el telón,
le dio un tierno beso en donde estarían los labios del holograma híper realista.