A veces quiero un amanecer lluvioso, pero es la nave la que decide.
Se supone que sabe lo que hace. Si hay mucho trabajo toca cielo despejado y uno de tres paisajes: montaña, ciudad o desierto.
Los de montaña me gustan mucho pero son mejores los de ciudad, son más excitantes. Pierdes un poco de tiempo tratando de reconocer los edificios;
al menos adivinar el país.
La nave lo sabe.
La nave no quiere que te pases el día con la duda en la cabeza
y siempre al salir del baño te da los datos del amanecer.
Estambul (Turquía), septiembre, por ejemplo.
De vez en cuando es bueno para la moral ver ciudades y coches y casas y gente, pero hay que saber dosificar estas cosas o terminas deprimiéndote.
Desesperándote. La nave lo sabe y por eso casi siempre tocan montañas o mar.
Amaneceres lluviosos también, si la nave piensa que hay posibilidades
de un ataque de ansiedad.
Lluvia, nubes y viento para calmar las cosas.
Son mis favoritos . La melancolía es peligrosa en la nave.
Todos tenemos amaneceres diferentes, según la telemetría.
La música también la decide la nave. Y la comida.
Y las lecturas, los juegos y las películas. Somos sólo un mecanismo de emergencia, redundancia en el sistema.
Estamos despiertos simplemente porque no han inventado la hibernación.
O no la habían inventado cuando salimos de casa.
Fuimos los primeros en dejar la Tierra, pero a veces pienso que en estos siete años pueden haber pasado muchas cosas.
Tal vez mejores naves, más rápidas y más brillantes, llenas de clones en suspensión o androides, nos adelantaron hace diez meses o treinta meses.
Tal vez cuando lleguemos, si es que llegamos, viejos, cansados y tristes,
tal vez a nadie le importe.
Los primeros en salir y los últimos en llegar.
A veces pienso estas cosas, pero nunca por mucho tiempo.
La nave lo nota en seguida y lo arregla con endorfinas.
Entonces pienso que no hay nada más hermoso que cada atardecer, cada amanecer.
y que todo va bien y somos héroes y vaya, ¿están sonando los Beatles?