Lo veo cada mañana, de camino al Banco. «Buenos días» le digo siempre que paso a su lado, pero él ni siquiera desvía la atención del libro que suele tener entre sus manos.
Nunca me contesta y sin embargo yo no puedo dejar de pensar en él hasta que llego a mi despacho y cuelgo el abrigo en el perchero.
A partir de ese momento lo olvido hasta la mañana siguiente porque jamás lo veo al volver.
Lo conozco desde que me nombraron director de la sucursal y he de cruzar la plaza al ir a la oficina.
En el bar comentan que aunque nadie le ha visto dormir allí,
sí lo ven rondando por la zona de la fuente a todas horas, murmurando frases sueltas al vacío.
Los mayores cuentan que apareció un día, poco después del incendio de la iglesia y que, a pesar de su aspecto, es inofensivo.
Aunque jamás le vemos con una botella, alguien especula con que será una víctima más del alcohol o del caballo.
Otro apuesta porque es otro damnificado de los desahucios.
Los niños del barrio, ávidos de miedos, atribuyen su actitud huraña y su voz pulmonar, gastada, a que sólo habla con los muertos
y por eso no se acercan a él.
Nadie sabe su nombre.
Hoy volvía del trabajo más temprano que de costumbre.
Sufrimos un atraco después de la entrega del furgón y a pesar de que debería haber permanecido allí -para atender a la policía y la prensa y redactar los informes a nuestra central- me marché sin decir nada.
Me alejé dejando el ordenador encendido y el abrigo en el perchero,
a Marcos hiperventilando y a Marta presa de un ataque de llanto,
a los policías gritando por sus radios y a la ambulancia mal aparcada encima de la acera con las luces aún encendidas.
Lo vi a lo lejos, en el mismo banco en el que estaba leyendo
a las ocho menos diez.
Al acercarme, el frío me llevó a subir el cuello de mi chaqueta y a meter las manos en los bolsillos del pantalón.
Cuando llegué a su lado esta vez sí alzó la vista y me miró, componiendo una media sonrisa ensombrecida por sus dientes pardos.
«¡Mierda de vida, Gustavo!
¡Qué pena de abrigo!
A quién se lo regalará ahora tu viuda»...
Le oí decir cuando ya lo había dejado a mis espaldas.