Mi tío Carlos emigró a Australia cuando yo aún no había cumplido los diez.
Desde entonces volvió a visitarnos sólo en una ocasión, poco tiempo después.
El silencio de los años sin noticias logró que todos en la familia fueran olvidándole poco a poco.
Todos menos yo.
del que pronto me aburrí.
Ahora bien, cincuenta años después, aún no he logrado deshacerme de él.