
Alicia odiaba aquella sensación de estar en el cuento de otro.
Pero es que, además, era aquel cuento impertinente, obstinado en incumplir todas las normas.
Un hidalgo y su escudero se le habían cruzado en el maravilloso camino
y le habían hablado del gigante.
La narrativa imponía que apareciera más tarde.
Pero allí estaba, en el más tarde y sólo veía un molino muy quieto
a pesar de la zozobra de los árboles.
Un molino tímido que quería pasar desapercibido.
Una calma que –pensó Alicia– parecía ocultar algo o tener miedo