Habían llegado al matadero y no precisamente como ovejitas.
Más bien como lobos dispuestos a ejercer su amor semanal entre sábanas que sólo conocían historias como la de ellos.
Pero esta vez era diferente, los dos tenían noticias para compartir pero que decidieron guardarse a modo de after party.
Él, que su esposa estaba oliendo el rastro y que la cosa iba a tener que enfriarse. Ella, que de tanta calentura su horno iba a dar un fruto.
Las cosas sucedieron como estaba previsto: un beso por aquí,
una caricia por allá, gemidos por doquier.
Tan en sincronía pensaban que estaban, que sus egos se inflaron cuando sintieron que el mundo mismo se movía y se estremecía al compás de su pasión.
- Bueno, al menos alguien murió feliz- decían entre bromas los bomberos encargados de sacar los cuerpos de aquel motel devastado por el terremoto.