domingo, 22 de diciembre de 2013

La complejidad que conlleva verdades sencillas (32430)

Paracelso ¡Qué personaje! 



Leonardo Da Vinci, otras muchas cosas, también dijo:
“La experiencia nunca se equivoca, es el juicio quien lo hace cuando se promete resultados que no proceden de experimentos.”
Precisamente por eso la Ciencia, no confía en hipótesis ni teorías que no sean refrendadas por el experimento una y mil veces, en lugares diferentes, por científicos distintos, de distintas formas y maneras y, una vez que todos los resultados son coincidentes, entonces y sólo entonces, se dará por buena la teoría.
En la Europa del siglo XVI el sentido común y la sabiduría popular, del mismo modo que antes se había interpuesto el hombre y los astros, obstruían la visión que éste tenía de sí mismo y la exploración del cuerpo humano. 
Sin embargo, a diferencia de la Astronomía, la anatomía humana era una materia en la que resultaba inevitable el conocimiento directo. 
En Europa, el saber relativo al cuerpo humano había sido codificado y confiado a la custodia de una profesión poderosa, exclusivista y respetada. 
Dicho saber se recogía en lenguas cultas (griego, latín, árabe y hebreo) y era dominio particular de unos monopolizadores que se llamaban así mismo doctores en física.
 El cuerpo, su tratamiento o disección, era un coto que pertenecía a otro grupo más relacionado con los carniceros y cuyos miembros eran llamados en ocasiones cirujanos-barberos.
Los cirujanos-barberos se dedicaba a curar heridas, sacar el pus de los abscesos, realizar sangrías y poner emplastos. 
Además, claro está, afeitaban con maestría barbas pobladas y cortaban el pelo con destreza. ¡Vamos que servían tanto un roto como para un descosido! 
Que nadie se piense que estos “cirujanos” intervenían a aquellos que pertenecían sólo a las clases menos pudientes, había reyes que tenían a su servicio a una pléyade de cirujanos-barberos.
Hasta alrededor del año 1300 no se disecaron cuerpos humanos con el fin de enseñar y aprender anatomía. En aquella época, disecar un cadáver era una tarea especialmente desagradable.
 Puesto que no existía refrigeración, era necesario disecar las partes más perecederas. 
Una disección que se conocía como “anatomía”, se desarrollaba de una manera continua y apresurada cuatro días y, por lo general, se realizaba al aire libre. 
En las ilustraciones de los primeros libros de texto de anatomía impresos  aparece un profesor de física, el médico, impecablemente ataviado con sombrero y toga, sentado en un sillón elevado que recuerda un trono, la cátedra, mientras un cirujano-barbero, de pie sobre la hierba se encarga de los distintos órganos de un cuerpo extendido en un banco de madera y un ayudante señalaba con un puntero las partes del cuerpo a los estudiantes o aspirantes a sanadores. 
El médico lleva en las manos un libro, probablemente de Galeno o Avicena, del que lee a distancia antiséptica.
“La lección de anatomía”
Arriba la obra pictórica de óleo sobre lienzo perteneciente al arte barroco holandés de principios del siglo XVII en Holanda. Obra de Rembrandt cuyo género es el de retrato grupal, representando a una agrupación de estudiosos anatómicos de la época.
Los doctores en física encerraban sus secretos en lenguas que sus pacientes no comprendían. No es sorprendente que disfrutaran del prestigio de la erudición y del temor a lo oculto.
Aristrócatas del mundo académico, guardianes de los secretos de la vida y de la muerte, eran invulnerables a los ataques de los legos. 
Antes de sus altos honorarios o de arriesgarse a dolorosos y arriesgados tratamientos, el pueblo prefería consultar al boticario más cercano, que era un poco más que un comerciante en especias o un tendero de comestibles.
El mundo de la medicina era un mundo de separaciones; los libros estaban separados de los cuerpos, el conocimiento de la experiencia y los curanderos eruditos de aquellos que más necesitaban la curación. 
Sin embargo, eran precisamente esas separaciones las que conferían dignidad a una profesión que inspiraba temor.
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A fines del siglo XV , cualquier médico que hubiese aprendido las lenguas académicas y hubiera sido discípulo de algún eminente profesor de medicina tenía fuertes intereses creados basados en la sabiduría tradicional y en los viejos dogmas.
“Procurad conservar la salud -aconsejó Leonardo da Vinci- y lo conseguireis en la medida en que os aparteis de los médicos, porque sus drogas constituyen un de alquimia que produce menos medicinas que libros hay sobre ella.”
Atacar esta ciudadela exigía el deseo de desafiar los cánones de la respetabilidad, de apartarse de la comunidad universitaria y de la comunidad profesional. 
Tal aventura requería en igual medida pasión y conocimientos, y más atrevimiento que prudencia.
Evidentemente el profesor sumiso de reconocido prestigio no podía abrir la senda que habría de conducir a la medicina moderna.
 El indicado era un vagabundo y un visionario, un hombre de temeridad mística. 
El hombre que osara señalar el camino habría de usar lengua vernácula y no hablar sino gritar. 
En ese escenario estaban las cosas cuando entró en escena Paracelso.
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 Paracelso
En su época, Paracelso (1493-1541) fue considerado sospechoso y ya nunca perdió la fama de charlatán. Su fe en Dios le condujo a una nueva visión del hombre y de las artes de la curación. 
Del mismo modo que la creencia de Kepler en la divina simetría del Universo que confirmaba su fe en un sistema copernicano de los cielos, la fe en el orden divino aplicado al cuerpo humano inspiró a Paracelso.
“Paracelso”, el apodo por el que se le conoce a lo largo de la historia, es en sí un misterio. Quizá significaba que él mismo se identificaba con la gran autoridad médica romana Celso, o quizá simplemente que escribía obras paradójicas en contradicción con las opiniones generalizadas de su profesión. 
Su verdadero era Teofrasto Felipe Aurelio Bombasto von Hohenheim.
Nació en la zona oriental de Suiza, donde su padre, de origen ilegítimo, ejercía de médico y su madre era fiadora de la Abadía benedictina de Einsiedeln. tenía nueve años murió su madre, y su padre se trasladó a una aldea minera de Carintia, Austria, donde Paracelso creció.
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ubicada en los Alpes Orientales y es conocida por sus montañas y sus lagos. Los lagos más conocidos son Wörthersee, Ossiacher ve, Faaker ve y Millstätter ve. Para reflejar esquí los lugares diremos que son Nassfeld/Hermagor, Gerlitzen, así como en Catedral de Gurk, Hochosterwitz castillo, GroBglockner como la montaña más alta de Austria.
 Tiene un clima continental, con veranos calientes y húmedos y los inviernos son muy áridos. Ahí pasó Pacelso su juventud.
Sigamos con el personaje. La educación de Paracelso fue informal e irregular, recibida de su padre o de hombres religiosos versados en la medicina y las ciencias ocultas populares. 
Es probable que nunca obtuviera el título de doctor en medicina. Jamás se estableció en ningún lugar fijo y durante su vagar trabajó en las minas de Fugger, Tirol, y sirvió como cirujano en la armada veneciana en Dinamarca y Suecia. Llegó incluso hasta la Isla de Rodas y todavía más al este.
Durante cierto tiempo prosperó en Estrasburgo como médico en ejercicio. Luego tuvo la suerte de ser llamado a Basilea para participar en la consulta de la crítica enfermedad del eminente Johann Froben (1460-1527), que había fundado una de las imprentas más influyentes y publiado el primer Testamento impreso en griego. La curación de Froben se atribuyó a Paracelso.
 En aquel momento, el gran Erasmo (1466-1536) vivía con Froben, y también lo trató a él. Ambos quedaron tan impresionados por el buen juicio del joven Paracelso que en 1527 consiguieron que fuera nombrado médico municipal y catedrático de la universidad.
 Pero los demás profesores lo discriminaron por haberse negado a prestar el juramento hipocrático y no ser siquiera doctor en medicina titulado.
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Basilea hoy es una ciudad muy poblada y alejada de aquella que conoció Paracelso
A los treinta y tres años, Paracelso combinaba la arrogancia de un autodidacta con la elocuencia de quien se ha designado así mismo portavoz de Dios.
 Respaldado por el principal publicista del humanismo, aprovechó la que se le presentaba en Baselea para atacar al estamento médico. 
Al mismo tiempo publicó su propio manifiesto de las artes de la curación, que esperaba llegar a ocupar el lugar del juramento hipocrático.
Del mismo modo que, diez años antes,  Lutero había apelado a la Iglesia primitiva, Paracelso apeló, pasando por encima de los obispos y cardenales de la medicina, a los prístinos principios de la ciencia médica y demostró que hablaba en serio arrojando una copia de la obra de Galeno y del reverenciado Canon de Avicena a una hoguera el día de San Juan de 1527. 
Así mismo, declaró abiertamente que sus se basarían en su propia experiencia con los pacientes.
  Paracelso escribe sus notas
Y todavía enfureció más a los profesores cuando, en lugar de utilizar el latín, dio las clases en dialecto local del alemán llamado schweizerdeustsch, con lo cual violaba también el juramento hipocrático, que obligaba al médico digno a guardar su conocimiento profesional, supuestamente evitar que los legos se convirtieran en incompetentes practicantes de la medicina.
 “No deis lo santo a los perros -reza la palabra de Dios según San Mateos (7,6)-, ni echeis vuestras perlas a los cerdos, no sea que las pisoteen con sus patas, y luego se revuelvan para destrozaros a mordiscos.
 No pocas veces, un torbellino de confusión y no la tranquila seguridad es lo que indica el crecimiento de la mente, y, cuando el polvo de la ignorancia empieza a disiparse, emerge ante nosotros con claridad meridiana, aquellas respuestas que incansables buceábamos sin poder encontrarlas en el Caos de la complejidad que, sin saber cómo, de pronto desaparece ver ante nosotros el horizonte lejano pero, muy claro, de límpida transparencia, de ese saber que parece ser el único proyecto por el que aquí estamos.
Claro que, Paracelso estaba en el punto de mira de los “sabios doctores” y, en cuanto murió su mayor defensor, Froben, en octubre de 1927, todos sus enemigos, los profesores, los boticarios, a quienes había atacado a causa de sus elevados beneficios y su parco conocimiento, e incluso sus discípulos, que gozaban mofándose de su apasionamiento, se unieron contra él. 
La fortuna de Parecelso se desvaneció cuando perdió un  juicio que había puesto para intentar cobrar unos honorarios exorbitante a un eclesiástico de alto rango. El dignatario gravemente enfermo de un desorden abdominal le había prometido una elevada suma si lo curaba. 
Luego, cuando Paracelso lo curó sólo con unas pocas píldoras de luédano, el sacerdote se negó a pagarle. El Juez dictó Sentencia en contra de Paracelso, y cuando este denunció al Juez, se vio obligado  a marcharse de Basilea. Los dos turbulentos años que Paracelso pasó en Basilea fueron los últimos en que trabajó de regular. 
Nunca volviió a relacionarse con Institución alguna.
 Se convirtió en un pícaro académico, en un don Quijote de la medicina.
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Paracelso
En 1529 estuvo en Nuremberg el tiempo necesario para criticar el tratamiento que se hacía de la sífilis administrando dosis venenosas de mercurio y guayacol, una droga que se extraía de un árbol del mundo; se suponía que Dios había dispuesto que este árbol creciera en el lugar de origen de la enfermedad. Paracelso intimidó al clero local y a la profesión médica, que le negaban el derecho a publicar. A continuación adoptó “el ropaje de los mendigos” para irse a Innsbruck y al Tirol a estudiar las enfermedades de los mineros. 
En su recorrido pasó por Augsburgo y Ulm, Baviera y Bohemia. 

En 1538 regresó a Villach, el pueblo donde había muerto su padre años antes.

No era un hombre de establecerse en un lugar por toda la vida por lo que luego de recibirse paso su vida en casi toda Europa. 

Participó cirujano en las guerras holandesas. Pasó por Rusia, Lituania, Inglaterra, Escocia, Hungría, e Irlanda. 

Luego de viajar por 10 años, regresó a Austria en donde descubrió que era famoso por las muchas curas milagrosas que había desarrollado.

 Se convirtió en El Gran Paracelso a los 33 años y fue designado como el médico del pueblo y conferenciante de la universidad de Basel y estudiantes de toda Europa concurrían a sus conferencias. 

No sólo invitaba a estudiantes sino a todo aquel al que le interesara el tema.

 Las autoridades se escandalizaron por su amplia invitación.
“No hay religión, filosofía o ciencia más elevada que la verdad, y no es propiedad de nadie, excepto del espíritu libre que está dentro de todos nosotros”
1 -  Lo primero es mejorar la salud.
2 – Desterrar absolutamente de tu ánimo, por más motivos que existan, toda idea de pesimismo, rencor, odio, tedio, tristeza, venganza y pobreza.
3 – Haz todo el bien posible.
4 – Hay que olvidar toda ofensa, más aun: esfuérzate por pensar bien del mayor enemigo.
5 -Debes recogerte todos los días en donde nadie pueda turbarte, siquiera por media hora, sentarte lo más cómodamente posible con los ojos medio  entornonados y no pensar en nada.
6 – Debes guardar absoluto silencio de todos tus asuntos personales.
7 -Jamás temas a los hombres ni te inspire sobresalto el día de mañana.
Con estas sencillas reglas, Paracelso decía que todo el que las siguiera se sentiría bien consigo mismo y su mente estaría liberada de preocupaciones, mienmtras que su cuerpo, se mantendría sano al no ser perturbado por cuestiones mundanas de naturaleza innecesaria que sólo podían contribuir a crear un malestar indeseado.
En sus últimos años su espíritu viajero lo llevó a Egipto, Arabia, Constantinopla. Por cada lugar que visitaba aprendía algo sobre la alquimia y medicina. Alcanzó la cima de su carrera en Basel. 

Su fama se difundió por todo el mundo conocido.
 Escribió acerca del poder para curar de la Naturaleza y como tratar heridas.
 Decía que si uno prevenía la infección de una herida se curaría por sí misma.
 Atacó severamente muchas de las prácticas médicas erróneas de la época y descalificó a las píldoras, infusiones, bálsamos, soluciones, etc. Como tratamientos médicos.

Con la publicación del Gran Libro De La Cirugía ganó nuevamente la fama perdida y aún más. Se volvió un hombre rico. En 1541 Paracelso murió a los 48 años de edad en circunstancias misteriosas. 

Fue enterrado en el asilo de San Sebastian, bajo un lisonjero epitafio que rezaba: “Aquí descandsa Felipe Teofrasto, distinguido doctor en medicina, quien con arte maravilloso curó graves heridas, , lepra, gota, hidropesía y otras enfermedades contagiosas del cuerpo. Fue su deseo que sus bienes se distribuyeran  entre los pobres”.

Logros de Paracelso:

Sus descubrimientos médicos fueron muy importantes. En 1530 escribió la mejor descripción clínica de la sífilis de la época aprobando el tratamiento de ésta enfermedad por medio de la ingestión de pequeñas cantidades de mercurio cuidadosamente medidas. 

Afirmó que la enfermedad de los mineros (Silicosis) era resultado de la inhalación de vapores de los metales y no una venganza de los espíritus de las montañas. Fundó las bases de la homeopatía moderna.

Fue el primero en conectar las paperas con la ingestión de agua con metales 
(en gral. Plomo). 

Y realizó numerosos remedios para numerosas enfermedades.
Mucho tendríamos que hablar aquí sobre este singular personaje para llegar a conocerlo mejor y, su vida y sus hechos fueron tantos que, en tan poco espacio es imposible de reflejar.

 Sin embargo, con la sencilla pincelada que aquí les dejo, al menos podrán tener una idea de lo que fue, de cómo se manejaban en aquella época en el ámbito de la medicina, y, de cómo, este personaje atípico, sobresalió por méritos propios al no doblegarse al sectarismo establecido.