Sorber un vino rojo y mantenerlo entre los labios y dejar que recorra la lengua,
y dejar que bese el cielo de la boca, es igual que una leve caricia entre dos amantes; un chispeante recorrido entre la lluvia en otoño;
es admitir esa sensación de placer, que, aunque efímero,
deja un instante explosivo, diría yo:
Un explosivo sueño de amor.