Me pagan por pensar. Mi cerebro inventa relaciones que podrán ser aplicadas en cualquier rama de la ciencia.
Aquella mañana andaba enredado en un teorema de teoría fractal y sorprendentemente encontré la solución en apenas dos semanas de profundo pensamiento. No se me pasó por alto el detalle de que esa solución que había nacido de la intuición debería ser demostrada.
Pero esa noche me fui a dormir confiado en que había terminado la parte más laboriosa.
Al día siguiente me enfrasquè en la tarea de confirmar la validez del teorema y comensè según costumbre a definir supuestos y probarlos para ver si el razonamiento fallaba, en cuyo caso sería descartado.
Cada intento lo escribía en papel que depositaba al albur sobre la mesa.
Era de ver la materialización de sus pensamientos en forma de folios.
Al principio de a poco y progresivamente aumentando en forma de estratos hasta unos niveles que ni siquiera acostumbrado como estaba al desorden pude controlar.
Lo que más me aterraba era la incapacidad que sentía de seguir la hilazón que me llevaba de un folio a otro, de un razonamiento a otro.
Estaba perdido en mi propio laberinto.
Unos días después intuí que las partes de que estaba compuesta la solución ya las había analizado y se encontraban allí, sobre esa masa ingente de papeles y documentación, pero que al igual que le pasa al entomólogo que intuye la existencia de un insecto por determinados indicios, encontrarlo puede ser fruto tanto del empeño como de la casualidad.
Entreví que lo único que podía aportar era un amasijo de papeles desordenados de manera precisa, porque sabia que la solución participaba de la forma en que estuvieran colocados.
Convine en que a veces la solución a determinados problemas implica un caos.