sábado, 25 de enero de 2014

Cuando quisimos eliminar a los “tarados”

Eugenesia

El 1 de octubre de 1910 empezó a funcionar en un tranquilo paraje de la costa norte de Long Island (Nueva York), en Cold Spring Harbor, el Departamento de Registros de Eugenesia

Se encontraba junto a un centro de evolución experimental perteneciente a la Carnegie Institution de Washington, y cerca de un laboratorio de biología perteneciente al Brooklyn Institute of Arts and Sciences

La persona a cargo de ambos y responsable de la creación del departamento de eugenesia era Charles B. Davenport, un antiguo catedrático de biología de Harvard, que había convencido a la esposa de un magnate del ferrocarril para que ofreciera su apoyo.

Al año siguiente Davenport publicaba Heredity in Relation to Eugenics, donde señalaba que los italianos tendían a cometer “delitos de violencia personal” y que los judíos mostraban “la mayor proporción de delitos contra la castidad y en conexión con la prostitución, los más ruines de todos los delitos”. Siguiendo este tono, otro de los partidarios de la eugenesia, Madison Grant, escribió en 1916:
“Tanto si nos gusta reconocerlo como si no, el resultado de la mezcla de dos razas es a la larga una raza que experimenta una regresión y vuelve al tipo racial más antiguo e inferior. El cruce de un ser humano de raza blanca y otro de raza negra es un negro; el cruce de un ser humano de cualquiera de las tres razas europeas y un judío es un judío”.

Es obvio que Adolf Hitler personifica al máximo las ideas eugenésicas. En Mi Lucha (1925) decía:
“Aquellos que están físicamente y mentalmente enfermos e incapaces no deberían perpetuar sus sufrimientos en los cuerpos de sus hijos. A través de medidas educacionales el estado debería enseñar a los individuos qué enfermedades no son una desgracia sino algo de mala fortuna para la cual la gente debe compadecerlos, y al mismo tiempo es un crimen y una desgracia hacer que esta aflicción sea aún peor dejándola pasar a criaturas inocentes por culpa de un anhelo simple y egoísta.”

¿Pero qué pensar de ésta, expresada ese mismo año?
“Es mejor para todo el mundo, si en lugar de esperar a ejecutar a hijos degenerados por un crimen o dejarlos morir de hambre por su imbecilidad, la sociedad pudiera prevenir que aquellos que son manifiestamente incapaces continuar su especie”.

Su autor era el juez Oliver Wendell Holmes,
 del Tribunal Supremo de los Estados Unidos.

Los Estados Unidos fue el primer país industrializado que decretó leyes de purificación racial. A fines del XIX en Michigan y Massachusetts castraban a enfermos mentales y a quien exhibiera «epilepsia persistente», «imbecilidad» y «masturbación acompañada de debilidad mental».
 Pero claro, la castración pura y dura no era algo que pudiera aceptarse sin un cierto tipo de malestar en la boca del estómago, por lo que pronto los métodos eugenésicos derivaron hacia algo menos aparatoso: la vasectomía en los hombres y la ligadura de trompas en las mujeres.
 En los años 1930 al menos 60.000 personas fueron legalmente esterilizadas. El número correcto nunca se conocerá porque de muchas intervenciones en hospitales y cárceles jamás se informó.
Davenport encarnó la corriente científica de principios del siglo XX que pretendía encontrar una base genética en los comportamientos sociales y en la inteligencia. Dicho de manera muy simple, el tonto era tonto, el pobre, pobre y el delincuente, delincuente, porque sus padres lo eran.
 El ladrón nace, no se hace, como las brujas.
Por culpa de estos trabajos se elaboraron toda una serie de leyes, principalmente en los Estados Unidos, destinadas a cortar por lo sano lo que ellos denominaban la proliferación de gentes física y psíquicamente inferiores. Mejor que detenerlos o encerrarlos en manicomios de por vida era impedir que nacieran. 

De este modo, 30 estados de los Estados Unidos promulgaron leyes eugenésicas.

La obsesión de los legisladores eugenésicos eran los que llamaban imbéciles e idiotas. La ley de Indiana pretendía prevenir «la procreación de criminales convictos, imbéciles y violadores». En California, el estado donde más esterilizaciones se realizaron, bastaba con una nota de un doctor para esterilizar a «cualquier idiota» al igual que a cualquier preso que tuviera «un comportamiento sexual o moral degenerado». 
En Iowa la ley iba dirigida hacia «aquellos que podría dar a luz niños con tendencia a enfermar, a la deformidad, al crimen, a la locura, a la debilidad mental, a la idioticia, a la imbecilidad, a la epilepsia o al alcoholismo».

Con la ciencia en la mano, muchos llegaron a identificar grupos étnicos enteros como seres inferiores.
 Curiosamente, ninguno de estos científicos 
juzgó como inferior a su propio grupo étnico.

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