Uno de los asuntos de este mundo que siempre me ha fascinado es cómo se produce el acto de crear, el preciso instante en que el artista transforma su desbordante imaginación en algo que se puede tanto gozar como percibir, todavía hoy continúa siendo un misterio.
¿Qué han sentido todos esos creadores?
Cuando los maestros canteros esculpían grotescas y monstruosas gárgolas para las catedrales de estilo gótico.
Cuando un genio del Renacimiento llamado Miguel Ángel pintaba la bóveda de la Capilla Sixtina en el Vaticano – ver imagen inferior -. O cuando Johann Sebastian Bach componía una obra cumbre de la música barroca que se titularía los Conciertos de Brandeburgo-. O cuando Albert Einstein definía el valor de la energía en un cuerpo.
Y es que este Big Bang creativo no surge de la nada.
Antes tiene que haber algo. Steve Jobs, empresario del sector informático, señalaba que la creatividad simplemente consiste en conectar las cosas.
A lo largo de su vida el artista se impregna como una esponja de todo cuanto llega a sus delicados sentidos.
Mediante un desconocido mecanismo del cerebro es capaz de relacionar esas cosas.
Aunque va más allá de la simple conexión. Es la parte realmente prodigiosa.
El creador sintetiza todas esas cosas en algo nuevo, diferente por completo y que es lo que se conoce por creación.
¿Cómo ha conseguido realizar tal hazaña?
Posiblemente nos contestará que no lo sabe, que solamente esculpía, pintaba o componía, soñaba, escribía, se equivocaba, hasta que aceptaba su ecuación.
Volvemos al misterio.
Quizás sea mejor de esta forma, que el arte y su acto creativo permanezcan en el territorio de lo irracional, no pudiendo explicarse lo que no necesita ser explicado para que exista.