domingo, 22 de junio de 2014

Bendiciones... Escritos e ideas.


Los Equis Equis, viven en un acontecimiento social matizado con fotografías en el Feisbuc para lucimiento de la señora  Y Griega de Equis Equis. 
Sus hijos no usan doble apellido porque en la familia tienen presente que no se debe sobresalir con fruslerías, así como saben que en este tiempo es mejor andar con zapatillas baratas, para que no los asalten por llevar unas que cuesten una fortuna. Y son cache.

Los Equis Equis no son tilingos en el sentido que se da a la palabra en la Argentina ni en ningún otro lugar. 
Han traspasado esa frontera y son sencillamente ellos: gente que va donde va la gente, hace lo que hace la gente, piensa como piensa la gente y siente lo mismo que el resto de los mortales.
 Ni siquiera es la vida vacía del que no tiene qué pensar, porque no creen ser lelos, tontos, sandios o estúpidos. 
Hay cosas que vienen dadas de una manera y no hay por qué cambiarlas. 
Como los esclavos de antes, que no cuestionaban a sus amos ni hacían preguntas por su situación.

El señor Equis Equis es moderado en política, que es el nombre que se impone a los que piensan que la riqueza se derrama en migajas, de la mesa de los ricos a la boca de los humildes, que deben esperar que algo caiga para llenarse. Siempre y cuando los ricos no hagan de tripas corazón y no aseguren su dinero en Miami o Punta del Este. 
En cuyo caso serán otros los pobres que verán derramadas sobre sus cabezas las bendiciones de los millonarios argentinos.

La señora Y Griega está convencida de que su mucama es menos culta que su manicura y que ninguna vale una charla con amigas que tienen maridos que ejercen la política del derrame y la libertad de los que creen que si alguien es libre para ser una gallina encerrada en un gallinero, otro puede ser tranquilamente, zorro. Confiando en Dios, por supuesto.

La señora engaña al marido con el plomero o el taxista, nunca un Zeta Zeta, pues sabe que no le creerán al pobre tipo haberse llevado por delante un sistema de dogmas basado en la casualidad de una mísera miga de pan cayendo en la olla de los pobres. 

Pero esa otra historia.