lunes, 25 de agosto de 2014

Lagunas en la memoria... Café Madison.


La verdad es que se me olvidan montones de cosas y enseguida. 
Siento rabia, pero es imposible luchar contra mi memoria, por eso cuando por la noche recuerdo algo que no quiero que quede en el olvido agarro mi cuaderno y escribo, no siempre con la misma letra, pues a veces los trazos son rectos, otras inclinados y las menos escribo con letra de imprenta. 

¿Cómo era aquello que ocurrió tan bonito?
 En realidad no estoy muy seguro, probablemente lo que recuerdo es solo una pequeña aproximación de la realidad, aún así intentaré describirlo lo mejor posible.
Antes discurría mucho hasta que  no me decidía, ahora sin embargo ya hace mucho tiempo que no. Por no hablar de las horas que pasaba preguntándome sobre qué era la felicidad, 
si existiría de verdad y cosas por el estilo.
 Pero ahora ¿qué más da?.
Ya dejó de importarme y no siento ni pizca de interés ni curiosidad

Como he dicho más arriba, hubo un tiempo en el que intenté escribir lo que me iba ocurriendo a diario. Pero era pretender demasiado. Lo dejé pronto porque las letras se me resistían. Todo intento fue inútil, era como si a base de hilar palabras quisiera dejar mi huella en la vida. Quizá, pensaba yo, habría alguien por ahí a quién interesara saber sobre mí. A veces quedaba en suspenso y me preguntaba si lo que uno dice o escribe es bueno o por el contrario malo, pero llegué a la conclusión de que no es ni una cosa ni otra.
 De hecho no creo que tenga gran valor para los demás si acaso solo a nosotros nos gusta echar un vistazo de tanto en tanto para recordar como éramos en tiempos pasados.
 Pero, ahora sigo con este recuerdo escrito…

La noche se presentaba larga y silenciosa, un soplo de  aire helado  entraba por entre la rendija de la ventana y me calaba los huesos, pero no me angustiaba, por el contrario, dormía bien. 
Por la mañana temprano el sol, colándose  a través de las persianas,
 llenaba el dormitorio con una luz  clara y cálida.
Me despertaba con una sonrisa serena.  Despacio, levantaba los ojos hasta la ventana que daba al jardín. Recuerdo que había una de las tablas del suelo que al pisarla crujía y yo  una y otra vez retrocedía porque  me asustaba. 
El olor a café caliente, panecillos y mantequilla fresca.  El sol a raudales. Los chapuzones en el mar. Aquella luz perpetua de verano. El olor a jabón, a ropa limpia…
Mientras leo, recuerdo. Y pienso que durante aquella temporada, el lugar que elegimos fue mi refugio perfecto  y me digo: Entonces…eso será felicidad.  Oh, la felicidad.
 ¡Claro, es posible!. O bueno, era una felicidad diferente a la que me habían explicado.
Ahora los recuerdos se mezclan con los sueños y las preguntas. 
Demasiados interrogantes, o tal vez los justos ¿Y cuando empecé a darme cuenta de que él era así? Tan distinto a como yo creí. 
¿Acaso reparé en ello antes y me negué a reconocer lo que veía por miedo a perderle?
Leo en el jardín. Cierro el cuaderno. La lluvia cae, resbalando por mi espalda, me incomoda  y esa incomodidad me hace pensar en la carta que tengo a medio escribir
 y que debería haber enviado hace unos días.
Así pues, dejo de deambular en esta noche bajo la lluvia y subo hasta mi habitación,
 por alguna razón oculta hoy me ha dado por retroceder en el tiempo, y ya no sé quién se burla de quién. 
El caso es que lo que aconteció no fue planeado, incluso tras un tiempo, hubo un intento de reanudación, pero ninguna decisión de conservar lo reanudado es posible, 
aunque tampoco se puede suprimir definitivamente.