domingo, 7 de septiembre de 2014

Una brisa nocturna... Sureando.


Vivían con las palabras precisas.
Con las suyas y con las de los otros.
Y esas palabras, en forma de versos,
andaban por la casa como pájaros 
inquietos, como las notas huidizas 
de una ópera o de un río de sílabas.
Vivían entre las piedras y el cielo, 
entre los búcaros y el aleteo
de las telas. 
Siempre había un olor
a madera y a intimidad cercada.
Los libros estaban cerca.
 Los discos, los cuadernos y una cesta de frutas.
Al llegar la noche, él se retiraba 
a un palomar que era su obrador,
su estudio y el oratorio de la poesía.
Hablaba con Ofelia, con Zenobia,
con Beatriz, el delirio de Dante.
Congregaba a los espectros del verbo.
Había un instante en que ella subía
a sentarse a su lado: temblaba la luna
y encendía la fronda de los olivos.
Una brisa retornaba del campo
y entraba por la ventana para ellos.