martes, 25 de noviembre de 2014

Aquel prestidigitador del color


Andaba perdido por el laberinto de su antaño colorida alma. 
La lluvia había ido desluciendo su paleta de color.
El viento en otro tiempo cálido y acogedor, había girado en remolinos. 
Los pasadizos se habían saturado de mohínas hojas secas,
caídas del árbol de la utopía.
No había hilo que seguir para no extraviarse por aquellas sendas despintadas.
Sus pasos centelleantes de júbilo multicolor,
habían perdido lustre y tono.
Ya no podía frotarlos para reavivar los matices de la vida.
Sin color reinarían las desenfocantes penumbras.
Su mundo se desteñía; no había solución.
Cabizbajo y afligido entregado a la derrota;
deambulaba sobre la ruidosa hojarasca bajo sus pies,
que la acongojaban aún más con su réquiem.


Pero por encima de aquella funesta melodía,
algo atrajo su atención.

Algazara de violines flautas y guitarras,
combinación de espacios y silencios,
voces cantándole a la vida.
Aquella música alentaba. 
Agudizó el oído para poder distinguir de donde provenía;
y al alzar sus ojos lo vio.


El intenso azul del horizonte,
el verde esplendor de la hierba
y el prestidigitador del color subido a la escalera.
Allá en lo alto,
reparando el arcoiris de los sentimientos, de la vida
para que alcanzado el objetivo volviera a brillar.