viernes, 23 de enero de 2015

El flaco y su Marioneta...


Habían nacido casi al mismo tiempo, habían aprendido a caminar por esas calles lúgubres y temerarias de la noche sin miedo alguno, habían aprendido el lunfardo de pequeños y se habían mezclado con cuchilleros y vendedores sin perder el rumbo, los dos habían pasado hambre juntos, habían cantado penas hasta el amanecer en las esquinas y hasta se habían puesto en curda los dos infinidad de noches.
Habían aprendido de a dos la soledad, el frío de las mañanas a medias, los mates en silencio, la miseria del miedo a amar, sobre todo eso, el tremendo miedo al amor que el Flaco tenía desde pibe.
Ese terror a las mujeres le venía desde el principio de la vida, cuando su madre lo dejó tirado por ahí, con un muñequito de trapo, del que jamás se separó.

Y así habían crecido huérfanos de todo, menos de ellos.

Los dos uniformados con un traje negro a rayas, una corbata roja y un sombrero ladeado en la cabeza se paraban en cualquier esquina del lado viejo de la ciudad y desarmaban turistas con sus encantos.
Esa había sido la vida de los dos inseparables, vivían en un escenario de cartón hecho sobre una maleta todo lo que la vida les negaba a diario.
Pero un buen día a la marioneta se le dio por volverse triste y por mas que el Flaco se esforzara con sus chistes y sus historias de borrachos, la marioneta no repuntaba.
Salía a escena con una sonrisa quebrada y a poco andar se la notaba cansada.

El Flaco esperó un tiempo razonable y viendo que la marioneta seguía atravesada por la melancolía le preguntó los motivos y ella le contestó que quería conocer el amor, que quería enamorarse y entender el dolor de los tangos que cantaba, que estaba podrido de desgarrase en escena sin saber cuanto dolía un desamor, que estaba harto de inventarse alegrías descoloridas y dolores ficticios.

El Flaco se quedó sin palabras, sin soluciones y decidió sacrificarla. Tan grande era su miedo al amor que decidió ponerle fin a su amigo de toda la vida -antes muerto, que enamorado- pensó.

Una de esas noches donde la cabeza le quemaba imaginando el sacrificio y luego de un show bastante pobre, se sentó sobre la maleta donde guardaba prolijamente a su amigo, lo apoyó sobre sus piernas y lloró sobre él todas sus lágrimas mirando sus manos llenas de crueldad, esas manos que le habían dado vida tanto tiempo, iban a darle muerte y con una navaja le cortó todos los hilos creyendo que así lo mataba, pero la marioneta desesperada y aferrada a esa vida gris y sin sentido que llevaba, le quitó la navaja y agarrada con fuerza a esas ganas de amar que tenía, le abrió el pecho y le arrancó el corazón púrpura sin estreno que tenía el Flaco y se lo puso en su pecho de trapo, lo cosió con los hilos que quedaban desparramados por el suelo, metió en la maleta el cuerpo sin vida de su amigo y se fue caminando por esas calles angostas, tapizadas de adoquines que tan bonita hacen esa parte de la ciudad.

Amanecía en el sur, un canillita anunciaba que Boca se quedaba con el campeonato, los bares olían a cafés y medias lunas, se escuchaba el eco de las voces adormecidas despertando, por las veredas angostas de San Telmo, caminaba un flaco con un andar destartalado y arrastrando una maleta, llevaba una sonrisa de jazmines en los labios y un corazón ilusionado.