viernes, 23 de enero de 2015

Mi calesita y el viaducto...



Hace mucho, mucho tiempo, los chicos no teníamos límites para extender nuestras miradas, nuestra imaginación y nuestros deseos de aventura.
Si queríamos cabalgar, elegíamos el más brioso corcel… si deseábamos volar, subíamos al más bello de los cisnes… si era de día, visitábamos el sol, 
si era de noche, a las estrellas.

Si deseábamos navegar, buscábamos la barca más hermosa 
y soñábamos encontrar místicos tesoros y anillos mágicos.

Pero con el paso del tiempo fueron surgiendo muros y edificios, edificios y muros, encontrarse fue más difícil y el color verde fue encarcelado en las plazas.
En una de ellas, quedó atrapado un árbol viejo y sabio que fue recogiendo los sueños de los chicos que a sus pies lamentaban sus aventuras perdidas debajo del viaducto.

Durante un equinoccio de primavera, el árbol decidió florecer mágicamente.
 Ese día, cuando los chicos volvieron a la plaza a reunirse bajo el árbol, encontraron en su lugar un pequeño mundo de aventuras con caballos de madera, cisnes, barcas y chanchos, cobijados bajo un cielo de estrellas de plata y soles dorados y un hombre misterioso que envuelto en una alegre melodía, 
les ofrecía un anillo mágico que daba entrada al mundo de aventuras que habían perdido. 

En un mágico instante, volvieron a vivir el viaducto y mi calesita.