miércoles, 25 de febrero de 2015

Los matemáticos también se enamoran...



Sentado en un tren que iba a 150Km/h, y que se cruzaría con otro en sentido contrario en un punto X que no quise hallar, la vi.

Estaba sentada tranquila, leyendo “Alicia en el país de las maravillas”. Me dio la impresión de que se sentía identificada con el libro porque era parecida a Alicia: dulce, imaginativa y muy curiosa. 
No me equivoqué.
Aparentaba tener unos 4!=24 años y realmente no sé si cumplía la proporción áurea, pero su belleza era perfecta. 

Desprendía un magnetismo muy especial.


Su sonrisa era más bella que la fórmula de Euler, sus ojos color miel casi tan grandes como el conjunto de los números reales y su melena castaña tan larga como el pasillo del Hotel de Hilbert.

Una de las cosas que más me llamó la atención de ella fue su forma de vestir.
Llevaba un jersey con dibujos geométricos y una bufanda granate con forma de Banda de Moebius.

La verdad que no hacía por ir a la moda como todas las demás, y como no lo necesitaba, ésta no pertenecía a su espacio muestral.

Con lo linda que es, seguro que estaba acostumbrada a tener satélites a su alrededor intentando conquistarla, probando una y otra vez como los infinitos monos del teorema, pero seguro que era buena encontrando rápido el punto de fuga de esas situaciones, y quitándoselos de encima.

En ese momento sonó su móvil, y tras varios tonos dijo: 
“Sí, soy Sofía, dime…”.

Se llama Sofía, como mi admirada Sofía Kovalévskaya.
¡Qué nombre tan bonito!


Además pude oír su voz, suave como la curvatura de un coseno y bella como el fractal que crea un copo de nieve cuando cae.
No sé si estaba enamorado, pero reconozco que en ese momento empecé a ver cardioides por todas partes.

Deseaba más que nada en el mundo hablar con ella.

Decirle que, si nos conocemos, nuestro amor sería una función infinitamente creciente; que probara por L´Hôpital que el tiempo que quiero pasar con ella es divergente; que si nos uniéramos en una matriz nuestro rango sería 1; y sobre todo que, si me conoce, esperaba de todo corazón que la aplicación de nuestro amor fuera biyectiva.


Es verdad, para un tipo como yo, amante de las matemáticas y muy normalito, Sofía parecía inalcanzable, como la meta en la Paradoja de Zenón… aunque por suerte, soy admirador de la obra de Cantor.

¿Pero cómo podía hacerlo?

¿Cómo decirle que por ella me aprendería todos los decimales de pi?
¿Cómo decirle que sería capaz de ponerme un sombrero bobo con tal de ver su sonrisa?

Me daba igual saber que tenía probabilidad 0 de enamorarla, porque por lo menos siendo 0 no era imposible.

Así que lo iba a intentar. ¡Estaba decidido!
 Mi plan era hablar con ella y hacerle una proposición para salir a cenar, pero aunque al final iba a decirle “C.Q.D.”, me daba miedo que no se fiara de mi demostración.


Me acerqué a ella y me miró sonriente.

Me derretí, porque a un épsilon de distancia era todavía más bella, y con todo el miedo del mundo le hablé:


-Hola, perdona mi indiscreción, ¿te gustan las matemáticas?

Grupo Cero.