miércoles, 18 de noviembre de 2015

Amor propio... Nunca es Siempre.


Se miraba en el espejo detenidamente. Pliegues, formas, líneas y curvas. 
Cada centímetro de su piel le parecía exquisitamente tallada y, con sus dedos, dibujaba caminos de deleite y admiración. 

Sus cabellos primorosos, como los de un ángel recién nacido, adornaban espléndidamente la perfección de sus ojos armoniosos y simétricos. 

Nunca había él visto algo tan hermoso, y ahí estaba, frente a él, la imagen de sí mismo.

Nunca consideró que el resto de las criaturas estuvieran a su altura.
 Se alimentaba de vegetales y carnes cuidadosamente seleccionadas por él, perfectas, impolutas, imposibles. 

Pero siempre quedaba con un sentimiento profundo de insatisfacción.

“Uno es lo que come”, pensó aquel día. 
Y mientras se observaba, una sensación de vacío se producía en su estómago. Trataba de convencerse a sí mismo que nunca habrá algo mejor en el universo que él mismo.

 Narciso se miró las manos cuidadosamente, la palma con el destino de la belleza trazado en ella, los dedos finos y largos como cuellos de cisne.

Pensando que el mejor banquete sería su propio cuerpo, 
empezó por comerse las uñas...