domingo, 13 de diciembre de 2015

Él y su aprendiza...


La pequeña aprendiza de payasa se dejaba maquillar por el payaso todas las tardes, antes de comenzar la función.

Ya preparados, salían a la pista, arropados por el entusiasmo 
del público, que siempre pensaba que la pequeña aprendiza de payasa era hija del payaso.

Éste lo intuía y siempre terminaba su actuación con estas palabras:
 “¡Un fuerte aplauso para la pequeña gran payasa,
 la hija que me hubiera gustado tener!”.

Pero pocas eran las manos que aplaudían percatándose de que al payaso le pesaba tanto la sinceridad como la soledad. 
Así lograba el silencio de muchas lágrimas en su público.
“Soy un payaso y colecciono momentos”.

“Nadie en el mundo entiende a un payaso, ni siquiera otro payaso”.

“No es ningún arte ser un hombre sincero cuando 
se tiene diariamente sopa que tomar a cucharadas”.