Decían de este hombre, que al ser tan sabios sus razonamientos,
como un loco le trataban.
Era solo, de tan noble sentimiento.
Por eso había momentos en que, incluso él, dudaba de su propia sensatez.
– ¿Cómo puedo ser tan necio? –pensaba–.
Hablo al viento, ¿y qué pretendo?,
¿qué me sienta?, o bien, ¿qué me comprenda?
Todo eso retumbaba en su mente.
Pero él, seguía intentándolo igualmente. No se rendía tan fácilmente,
pero nada, su palabra no llegaba.
Un muro abordaba, y muy bien construido, perfectamente instruido,
formado por gente inconsciente, tal vez ausente,
por tanto era inútil seguir por la corriente.
La misma seguida por ese complejo, que aunque no era un gran que despierto,
unido lo era por cierto, y mucho, por igualdad y falsedad.
Y a nuestro El, que sin par, era un El original,
intentar imitarlo le habría sido fatal.
Por eso se apartaba, y a veces incluso lloraba,
lloraba con toda su alma, lloraba y pensaba,
pensaba en salir de esa tormenta.
Tenía que buscar una treta, una vía,
y de repente sus ojos lucían.
– ¡Idea! –dijo–. Mi vida en un mensaje, mis dudas y esperanzas,
y lo pasado, por fin, será olvidada.
Acabará una era, de confines y barreras,
entre todos aquellos que lo quieran.
¡Será grandioso!
Y todo eso, lo dijo gritándolo al cielo,
dichoso y aliviado por ese consuelo.
Y así... en cuanto libradas de sus pensamientos,
hermosas palabras confiándose al viento,
cruzaron el mundo por cuanto era inmenso.
Y llegando a oído, de muchos a él parecidos,
hicieron que un hombre, tan solo y deshecho por tanto desierto,
se sintiera de pronto, como una estrella en el universo.
Ya que su triste realidad, reflejándose en otra igual, y otras más,
y así siguiendo sin rumbo y sin final,
ya no era soledad,
sino, una espléndida unicidad.
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