Te retuerces.
Buscando el soplo que arrecia, te conmueves.
No es el aturdimiento, sino la conciencia.
Saber que puedes rodearme
y en cualquier instante acometerme
descarnadamente.
Acaso esperas a que baje la guardia.
O lo opuesto.
A que mi atención desmedida sea la celada que
me pongo a mí mismo.
Aún sabiendo que quemas no me aparto.
Te enderezas.
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