Esperó que sus élitros se desvaneciesen,
que los quelonios empezaran a ablandarse con la nueva saliva.
En esta temporada sus fauces retomaban la forma ancestral,
aunque dolía como un transplante.
Al evaporarse los élitros,
la sangre se bombeaba para dar forma a las alas
a las que lentamente se les iban formando cristales de yeso coloreado
con añil que le daban la apariencia de cóndores fantasma.
Sus garras se dulcificaban mientras ese remedo de plumas
recubría sus nacientes alas.
Todos los eventos eran dolorosos
y sufría esta transformación con el único aliciente del sexo después de la transfiguración completa.
De modo que era un dulce tormento a pesar de las lágrimas.
Una vez completada la metamorfosis,
el ángel voló a buscar una compañera.
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