Alguien debería enseñarnos a reconocer las derrotas,
a dejar de machacarnos
con cosas absurdas, a envejecer.
Alguien debería enseñarnos a sonreír en los días malos, a ser generosos
también cuando sufrimos, a saber detenernos, a saber acelerar; a no dejar
que el miedo nos gobierne, pero aceptar que existe:
a sentirlo y, aún así,
seguir adelante.
Aunque el camino sea de huida.
Alguien debería enseñarnos a aceptar la vida como es y como viene.
A respirar.
A decir adiós a los amigos.
Alguien debería enseñarnos a hacer las maletas.
Y no mirar atrás.
A reconocer nuestros ojos en el espejo.
Alguien debería enseñarnos a andar por cable.
Con red o sin ella.
A quedarnos solos.
A intuir el futuro y, aun así, mantener el equilibrio,
y dar el paso siguiente, y el otro.
Alguien debería enseñarnos que no se llega nunca a casa.

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