Hoy confirmo que me sorprenden los columpios con ese trabajo tan
gratificante de divertir siempre.
Con sus patas bien fijas en el suelo y unas cadenas que, en vez de atar,
sirven para liberar su asiento oscilante.
Los columpios se dejan acariciar por
el sol, refrescar por la lluvia y les basta con una mano
de pintura para
sentirse renovados.
Para un columpio cada día siempre es nuevo y se renueva de un jolgorio
infantil que nunca envejece, porque,
con el tiempo, los niños que juegan siempre son sustituidos por otros.
Surcan el aire sin cansarse, jugueteando a su alrededor las ramas de los
árboles y mariposas de colores, con lo que semejan celebrar una perpetua
fiesta de cumpleaños.
Sí, decididamente me agradan los columpios.
En fin, la vida…

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