Un Dios que es Padre en tanto que es creador de todo lo existente,
Hijo encarnado en la figura de Cristo en la medida en que reflejó
la experiencia del Reino y, por último, Espíritu Santo
pues reside en todo y en todos.
Siempre se ha dicho que hay una relación de comunicación estrecha entre ambos sin que dejen de ser un solo Dios.
El amor que nace entre el Padre y el Hijo lo impregna todo con/en el Espíritu.
Pero, más allá de las lecturas tradicionales y novedosas dentro de la teología sobre el misterio trinitario, también quisiera ofrecer unas letras personales
sobre la transparencia del misterio en el mundo.
En todos estos años he descubierto que una de las cosas que hay en común entre las tres personas del misterio es la capacidad de asombro
y contemplación que generan con su presencia en la historia.
Imagino que hay muchos lugares, imágenes, pinturas o, incluso,
obras musicales que han pretendido, y pretenden, mostrar aquello
que se puede captar de Dios.
A mí se me representan tres imágenes concretas,
tres estampas o situaciones que dejan entrever muy bien esa cualidad singular e inaudita de la que hablo.
1- Dios Padre.
Situado frente al mar el azul llena mis ojos de una luz especial.
Sereno, inmenso, fresco… así es Dios como Padre.
Lo inunda todo, lo baña todo, alcanza a todos.
Con su presencia majestuosa sostiene a quien decide pescar sobre él
o se deja penetrar cuando alguien se sumerge en él.
No dice nada, no se lamenta ni se entristece, tan sólo está.
Y en las costas acaricia las playas sin sobrepasar
el límite, respetando la libertad de la tierra.
Pero ahí está, bajo el sol o la lluvia, con viento o brisa,
dejándose llevar pero siempre en calma en su profundidad.
2 - Dios Hijo.
En un crudo invierno, sentado en un sillón confortable,
frente a la chimenea, me pierdo en el juego que las llamas sostienen para mantener el fuego.
Alegre, cálido, especial… así es Dios como Hijo.
Son éstos rasgos claramente manifestados
por Cristo entre sus hermanos.
Así se mostró Jesús: llamando la atención, curando con su palabra,
su gesto y su presencia, realizando signos que apuntaban
hacia una profundidad plenamente humana, amando de un modo especial, cálido, cercano, acogedor.
3- Dios como Espíritu Santo.
En mi imaginación fantaseo con el día en que fui padre.
Y me vienen infinidad de imágenes de mi niña recién nacida o con apenas un año de edad.
Uno se pierde en la contemplación de sus gestos,
sus rasgos, los sonidos que emite, la postura que toma.
Escenas de una inocencia infinita que reclaman toda la atención
pues es la Vida misma en su estado más puro.
Evocan ternura, cuidado, caricias…un pequeño y leve apretón de manos, de uno de sus dedos con mi mano.
Así es Dios como Espíritu.
Se muestra cercano, jovial, puro… con una amplia amalgama de rasgos femeninos y maternales.
Además, es ésta la actuación
de la que más precisamos en nuestros días.
Es el Espíritu el que se deja ver y el que logramos ver si nuestra mirada se torna en clave de compasión y cuidado, fraternal y filial con ese Algo más grande que nos convoca y nos invita a realizar lo humano en nosotros.
El Espíritu es la llave maestra que nos penetra y sostiene,
nos anima y dirige con suavidad hacia ese horizonte posible y real.
Es éste un modo de admirar la presencia de Dios trinidad en el mundo, pues al final uno puede contemplar todas las realidades y saberse al mismo tiempo en presencia del que lo sustenta todo y que atraviesa todo.
Mis ciencias me conducen a un Creador....
más allá de las propias ciencias.
Hacer ciencias es un gran acto de FE.
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