Uno de los temas de investigación en neuropsicología que más interés suscita es si existen o no diferencias entre hombres y mujeres en la manera en que ambos perciben el mundo y reaccionan ante sus estímulos.
Al margen de las diferencias obvias, como las tendencias sexuales complementarias entre ambos (menos mal), las investigaciones se centran en las diferencias en las reacciones frente a estímulos sexualmente neutros
y a diferencias en la anatomía del cerebro.
La semana pasada apareció la noticia de que un grupo de investigadores alemanes había descubierto que el cerebro masculino contenía hasta
un 30% más de conexiones neuronales, las llamadas sinapsis, en la región del neocortex temporal, zona de la corteza cerebral situada más o menos a la altura de las orejas.
Por supuesto, los autores del artículo se apresuraron a explicar que estas conexiones no afectan a la inteligencia, lo cual es inteligente y,
además, cierto.
Sin embargo, se conoce que esa región del cerebro participa en procesos emocionales y de interacción social.
Quizá ayude a explicar, pues, algunas diferencias entre los sexos
en ese aspecto, que las hay y, en mi opinión, otorgan ventaja a la mujer,
a pesar de la menor cantidad de conexiones neuronales
en dichas áreas de su cerebro.
Otro tema de investigación interesante es casi el opuesto,
es decir, si las diferencias anatómicas entre los cuerpos de hombres
y mujeres afectan a la percepción de ciertos estímulos que dichos
cuerpos pueden enviarnos.
Imagina que te encuentras en un callejón muy mal iluminado
y que al final del mismo ves moverse una figura.
¿Viene o se va?
Por increíble que pueda parecer, recientes investigaciones indican
que si la figura es de un hombre percibiremos que se aproxima,
pero si es de una mujer, percibiremos que se aleja,
y esto independientemente de que en realidad se aproxime o se aleje,
e independientemente de que seamos hombre o mujer.
En este caso, las diferencias son, pues, externas a nuestros cerebros,
ya que ambos cerebros, masculino o femenino, perciben lo mismo.
La diferencia se encuentra solo en los estímulos enviados
por el movimiento corporal de hombres y mujeres.
La manera en que investigadores de la universidad de Lovaina, en Bélgica,
han realizado este descubrimiento deriva del estudio del lenguaje corporal.
La postura en que caminamos muchas veces depende de nuestro estado
de ánimo.
Si caminamos cabizbajos y decaídos indicamos a los demás que nos sentimos tristes o deprimidos, mientras que si caminamos más erguidos
y con un paso más firme, indicamos que estamos alegres o satisfechos.
Pero, ¿cuándo una manera de caminar comienza a indicar un estado de ánimo determinado?
¿Cuan decaídos o erguidos debemos caminar
para que los demás perciban cómo nos sentimos?
Para responder a estas preguntas los investigadores utilizan
“figuras de puntos” en la pantalla de un ordenador.
Están éstas formadas por puntos que si los uniéramos por líneas
(como esos pasatiempos para niños del dibujo escondido)
nos revelarían una figura masculina o femenina, aunque en este caso
las líneas no se muestran.
Las distancias entre los puntos son las que proporcionan el cariz típicamente masculino o femenino a las figuras.
Los investigadores pueden variar estas distancias para jugar así
con la cantidad de masculinidad o femineidad de las mismas.
Pueden entonces poner la figura de puntos en movimiento,
como si caminara, para comprobar cómo las percibimos los humanos.
Y bien, además de poder determinar si una determinada distancia entre
los puntos de cada figura afecta a si la percibimos como alegre o deprimida, por ejemplo, los investigadores se dieron cuenta de que los sujetos percibían de manera opuesta la dirección del movimiento aparente de la figura,
según fuera ésta masculina o femenina.
En ausencia de otras referencias (en casi la oscuridad), pues, tendemos
a percibir el movimiento de los hombres como que se aproximan
y el de las mujeres como que se alejan.
Ahora la pregunta, una vez descubierto un nuevo hecho sobre el mundo,
en este caso sobre los seres humanos, es por qué sucede así y no de otra manera.
¿Por qué no lo percibimos al revés, por ejemplo (hombres aproximándose
y mujeres alejándose), o de manera acorde con la dirección real
del movimiento?
Como para casi todo, por no decir para todo, en lo relacionado con la biología, la respuesta puede residir en razones evolutivas.
Es indudable que durante los millones de años de la evolución
de nuestra especie, y aún hoy, que un hombre se aproxime en la oscuridad puede suponer un peligro.
Por consiguiente, por si las moscas, mejor percibir el movimiento masculino como que se aproxima para incitarnos a alejarnos de él.
De hecho aquellos ancestros que así lo percibieron pudieron tener
más probabilidades de sobrevivir y de transmitir sus genes a las siguientes generaciones, hasta llegar a la nuestra.
Por el contrario, el movimiento de una mujer que se aleja puede incitar
a los niños a seguirla y ponerse a salvo del hombre que se aproxima,
o de otros peligros.
De nuevo, percibir el movimiento femenino de esta forma puede contribuir
a la supervivencia de quienes así lo perciben.
En espera de nuevas investigaciones que ayuden a clarificar este asunto, quedémonos de momento con la prueba científica de la lección que se deriva: no percibimos siempre la realidad, sino aquello que nos conviene.
Claro que, cualquiera que lleve unas pocas décadas de vida sobre este planeta ya lo sabía (si no de sí mismo, al menos de sus congéneres)
sin necesidad de investigación alguna.
Siempre es reconfortante que la ciencia, aunque solo sea por una vez,
nos dé la razón.
vía: Quilo de Ciencia
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