sábado, 21 de abril de 2012

Al principio fue el OM.

“El cambio es lo único que nunca cambia” (Hegel)

Alquimistas, gnósticos, platónicos y neoplatónicos, hegelianos, 
heraclitianos, budistas, cabalistas, cuánticos…



Una brisa iluminatoria nos mueve a intuir que todos están de acuerdo
 en los planteamientos base. 
Que, una vez más, todo viene a ser lo mismo.
 El Árbol de la Vida de la Cábala de la imagen ilustra, 
con el cuerpo humano traslúcido de fondo, los vórtices energéticos
 (chakras en versión yóguica, en la segunda imagen) que constituyen
 una estructura inmutable: la energía que mueve el micro y el macrocosmos (“Como es arriba, así es abajo”, Hermes Trismegisto).


Posiblemente el gnosticismo abarque mucho más que lo poético: 
de la confluencia entre Oriente y Occidente -repetida en tiempos preplatónicos, en las Cruzadas más tarde, y en los hippies de los 
70 por penúltima vez- salta la chispa del conocimiento, muy parecida
 a la que debió saltar en el interior de Adán tras morder la manzana prohibida y tragar el primer bocado, cuando de pronto se dio cuenta, en un insight que le proporcionaron sus recién estrenados ojos abiertos, de quién era Eva
 en realidad: su Yin, su Shakti.

Occidente y Oriente (sus sabidurías) son quizá dos caras de la misma moneda: la única con que puede accederse al comercio más elevado. 
Lo han sabido varios, lo han transmitido; eso sí, de un modo elitista (véase v.g. el Corpus Hermeticum). 
Somos Luz y Sonido: energía e información.
 Eso es todo, que no es poco…