Un doble seis en los dados y el último elefante se trepa urgido por la hora a la palmera azul, esa otra que no aplastó a la nena boba
aquella vez que no fue tan imbécil.
Más acá grita y llora sin consuelo -confundida y me confunde- la gitana por el aborto que no fue y por la hija que perdió; o será por el aborto que perdió y por la hija que no fué. La cola del medio es la cola del mono que no avanza más allá del licor de oferta cuando la impaciencia -torrada de más-
volcó su café negro en la camisa color lunes mientras el topo plegaba torpemente su diario, dejando caer las primeras encuestas favorables.
Alejado y desconociendo al grupo: su grupo, agita inútilmente la nube de mala yerba quemada como si aleteo borrase los vuelos de su reciente viaje.
Ciega y babeante, la inagotable espuma de jabón barato rebasa desprolija babeante el nivel de la fuente como si fuera un rabioso mastín echado ahogando en saliva caliente los sapos de bronce.
No hay paloma que no se prive de cagarle reiterada y obsesivamente la cabeza al Gran Capitán en su incólume imagen monumental.
El temblor esta vez fue más que eso y todos los que no temían cubrieron con sus almas la grieta profunda que alguna vez se robó merecidamente
mi plaza que nunca supe disfrutar.