jueves, 19 de septiembre de 2013

Èl... marcado. (30591)


Nació marcado, el antifaz de sus ojos tenía el mismo vuelo que sus sueños, sus sueños eran reflejo de una vida anterior.
Apenas se erguía, el arco trazado por su luz aviesa sacaba a flote otras facciones. 
Lentamente se perfilaba una sonrisa, a caballo entre el polvo perdido de la tierra y el primer barro que le iba dando forma.
Entonces sintió un soplo.
 De ignota procedencia, iluminó la zona más oscura de su rostro. 
Al abrirse los párpados el ojo permaneció ausente. 
Como si no quisiera formar parte de este mundo.
Pero la inercia limpió la pátina que ocultaba el origen del destino. 
No por eso su mirada dejaba de ser interior. 
Se adivinaba un tercer punto cabalgándole el entrecejo.
 Tal vez se tratara de la impronta de un viejo hacedor que equivocó su obra.
Aquella marca no permanecía inmóvil.
 Si movía un perfil le adornaba el carrillo. 
Si alzaba el frente de la cara se apoderaba de su barbilla.
 Quién eres. De dónde provienes, inquirió a la marca,
 rompiendo su hieratismo.
 Pero ésta se rió de él y siguió revoloteando 
sin permiso por cada palmo de su piel.

En su perplejidad, él meditó:
 si solo me ha tocado el artesano que me ha hecho,
¿cómo puede crecer esta señal inquieta?
 Pensó en la impureza de su creador, pensó en un descuido, pensó en que él mismo se hubiera lanzado al mundo de los vivos antes de ser terminado. 
Aquella huella dibujada sobre su piel no se detenía, confundiéndole aún más.

A medida que él crecía, la marca se multiplicaba. 
Si él se entristecía, ella encogía su silueta.
 Si él reía, ella se expansionaba. 
Si él hacía muecas, ella no paraba de danzar. 
Si él encogía el entrecejo, la marca amenazaba con sustituirlo
 con su vuelo exuberante.

¿Sería aquel el precio del crecimiento?, 
llegó a ocurrírsele, hundido en la confusión.
Se suponía que el hombre que construía aquellos seres idénticos a él los hacía definitivos. 
Seres conclusos, matizados de la misma manera, todos de una pieza. 
Pero aquellas marcas le distinguían de los demás. 
Y con el horror inicial a lo diferente nació en él la sospecha.

La sospecha de que su vida era única.
 De que rompía el molde.
Las marcas le concedían la posibilidad de ser como ellas. 
Ser como ellas suponía elegir. Las cedió todo su territorio.
 Se dejó poseer. Pactó con ellas en silencio una simbiosis.
 El valor de la libertad. El sentido que le apartaba de la grey.   

Nada queda de la antigua pesadumbre en su rostro.
 La mirada es limpia y la piel se distiende.
 Los ojos miran lejos y la sonrisa abre las puertas de otro mundo.
 Al individuo que le pregunta por sus marcas, él se las ofrece con bondad.